La factura de la registradora: ese inocente papelito venenoso

Ignacio Zuleta Ll.
07 de agosto de 2018 - 05:45 a. m.

¿Quién diría que el papelito en apariencia inocuo que sale de la registradora nos puede estar enfermando gravemente? Lo dicen a voces los europeos, lo discuten los gringos y aquí apenas si estamos incorporando en el vocabulario de salud las Sustancias Alteradoras Endocrinas (SAE).

Un alterador endocrino, según la OMS, es “una sustancia o mezcla exógena que altera las funciones del sistema endocrino y en consecuencia causa efectos adversos a la salud en un organismo intacto, o su progenie o (sub) población”. Hay, por ejemplo, algunos de esos perversos Doce del Patíbulo que se utilizan en más del 90 % de los papeles térmicos o químicos que escupen las registradoras de tiendas y mercados: son los infames bisfenoles como el BPA.

El BPA del rollo de la caja —el que el cajero y usted manipulan con tanta ingenuidad al recibirlo, firmarlo o guardarlo entre el bolsillo— se ha vinculado en investigaciones en curso al aumento de peso, las complicaciones de fertilidad, la hiperactividad infantil, el descenso de la vitamina D, los latidos irregulares del corazón, la diabetes, el estrés oxidativo y posibles cánceres de próstata y de seno, entre otros. La sospecha debería ser motivo suficiente para aplicar el principio de precaución. Pero en el capitalismo salvaje todos somos ratones de laboratorio: primero ensayan con nosotros el veneno y luego, si hay reacciones eventuales, puede que lo estudien.

Hace unos días les escribimos a algunos grandes supermercados preguntándoles si en sus recibos utilizaban bisfenol; iba copia al Ministerio de Salud. Los chicos de las grandes superficies se pelotearon internamente la respuesta, y ni la 14 de Cali ni el Grupo Éxito contestaron nunca la pregunta. El Ministerio, gentil y juiciosamente, respondió, pero a quién satisface una respuesta de la Subdirección de Salud Ambiental, Dirección de Promoción y Prevención del Ministerio de Salud y Protección Social que dice así: “En el caso de su interés, debe (sic) establecerse, en primera instancia, los niveles residuales de las sustancias en el producto final, en este caso en el papel usado en cajas registradoras, determinar los niveles de exposición en el uso previsto del producto y finalmente establecer un panorama de riesgo. Este Ministerio no cuenta con estudios o información que sustente este análisis de riesgo en la salud del usuario”. Y a su vez hace un chute de taquito a la Superintendencia de Industria y Comercio para que sean ellos (¡Industria y Comercio!) los que abran “investigación en la que se puedan obtener las pruebas necesarias para establecer si un hay riesgo razonable (sic) para la salud o integridad del consumidor, por tanto los usuarios pueden poner sus reclamaciones ante esta entidad”. Por supuesto, aquí me detuve a escribir esta columna y advertirles a los compatriotas que aquí, ante las amenazas de salud, es sálvese quien pueda. Los “paranoicos” aconsejan no manipular el papelito, preguntarle al cajero o cajera —por joder— si éste tiene bisfenoles a ver qué cara ponen, firmarlo sin tocarlo y, si declara renta, tomarle foto o usar guantes. No sirve de mucho lavarse las manos o desinfectarlas después de hacer contacto. ¿Exagerado? Me acojo al principio de precaución de las abuelas: más vale prevenir que lamentar.

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