La falsa creencia en dios

Salomón Kalmanovitz
01 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.

Las ofensivas palabras del exprocurador Ordóñez contra Alejandro Gaviria me inducen a salir del clóset y presentarme también como ateo, con el agravante de que soy judío. Los ateos somos parte de una pequeña minoría que no disponemos de poder político, pero que nos comportamos de acuerdo con una ética cívica que nos impide linchar a los que piensan diferente a nosotros. Entendemos por qué la gente necesita creer en un ser supremo que los proteja de los azares del destino y de la muerte, pero no la crucificamos por ello.

El exprocurador es culpable de corrupción, de haber infligido mucho sufrimiento a las mujeres a las que ha vetado su derecho constitucional a abortar en casos desesperados y a negarles la información y educación para que puedan controlar sus cuerpos; ha desatado además persecución abierta contra sus adversarios políticos. Tiene una larga carrera en la secta ultracatólica del lefebvrismo, caracterizada por el antisemitismo y la negación del holocausto nazi.

En La esencia del cristianismo (1841), Ludwig Feuerbach argumentaba que no era cierto que dios creara al hombre a su imagen sino, por el contrario, el hombre había creado a dios de acuerdo con su semejanza, pero mejorada: benevolente, justo y sabio; no mortal sino eterno; el que todo lo sabe, no el ignorante; el todopoderoso que no es impotente frente a su destino y su muerte. Feuerbach seguía la implacable dialéctica de Hegel para obtener el resultado de la inexistencia de dios. Los desarrollos posteriores de la ciencia coinciden en que no existe evidencia alguna a favor de la existencia de un ser sobrenatural que haya creado al hombre y al universo.

Todas las religiones monoteístas conciben un dios a imagen del hombre perfeccionado. A diferencia del catolicismo, el judaísmo y el islam cuentan con una imagen más abstracta de un dios terrible y vengativo; no creen en una sagrada familia misericordiosa ni en los miles de santos que hacen milagros. Los protestantes han vuelto a una visión abstracta de dios y no como padre e hijo sacrificado y torturado para salvar a sus fieles. Cada una de ellas es susceptible al fanatismo, pues un dios único no puede coexistir con otras visiones: son innumerables los crímenes colectivos que se han cometido y se cometen en nombre de dios, de Cristo o de Alá.

No hay evidencia alguna de la mano de dios ni en el origen de la vida ni en el del universo. La teoría de la evolución concibe procesos de selección acumulativa que van dando lugar a cambios lentos en la dotación genética de las especies que permiten su supervivencia a lo largo de una historia de millones de años. En los humanos, la configuración de un cerebro complejo, la capacidad de formular un lenguaje y sobre todo de poder explicar su propio origen, algo que Carlos Darwin logra en 1857, explica su dominio sobre las demás especies.

La astrofísica informa que el universo surgió de un gran choque hace unos 13 mil millones de años, el big bang, del que se desprendieron sus componentes en permanente expansión. Antes hubo una gran contracción. Todas estas hipótesis científicas han sido verificadas rigurosamente, lo que no sucede con las creencias en seres sobrenaturales. Richard Dawkins las identifica como el espejismo de dios, según la traducción al español de su libro, pero que en inglés (delusion) significa la falsa creencia en dios.

Dawkins estará en Bogotá a principios de diciembre de este año, en la Javeriana.

 

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