La forma en que conducimos es una expresión de nuestra bondad

Columnista invitado EE
21 de enero de 2018 - 02:31 a. m.

Por: David Brooks*

A lo largo de los últimos años hemos hecho un trabajo excelente a la hora de poner a personas despreciables a la cabeza de la sociedad estadounidense: Trump, Bannon, Ailes, Weinstein, Cosby, etcétera. Así que fue bueno que el papa Francisco nos recordara que en realidad quienes más influencia tienen en la sociedad son las personas comunes a través de sus gestos cotidianos, como cuando son amables en lugares públicos y considerados con los ancianos. Con una hermosa frase, el papa dijo que esas personas eran “los artesanos del bien común”.

Las pequeñas acciones, dijo, “expresan concretamente amor por la ciudad, sin dar discursos, sin publicidad, pero con una educación cívica práctica para la vida diaria”.

El papa se enfocó sobre todo en conducir, al halagar a las personas “que se mueven en el tránsito con sentido común y prudencia”. Como Richard Reeves del Brookings Institution lo señala, conducir es precisamente el tipo de actividad cotidiana a través de la que la gente le da forma a la cultura de su comunidad.

Si aceleras para que no pueda incorporarme a tu carril, me estás enseñando que la sociedad que me rodea básicamente es competitiva, no cooperativa. Si, por otro lado, me saludas con amabilidad después de que te dejo incorporarte, me estás enseñando que este es un lugar donde la amabilidad se reconoce y se expresa gratitud.

Si te sientes perfectamente bien al dar una vuelta hacia el sentido contrario en medio de una calle muy transitada, bloqueando a todos los que van en ambos sentidos, me enseñas que la gente aquí es egoísta y se siente con derecho a todo. Pero si te orillas a la derecha y esperas tu turno en la salida abarrotada del carril de una autopista, eso me enseña que hay un sentido de igualdad y justicia, y que la gente se siente integrada en el grupo.

Conducimos según la ley, pero también con base en normas. Si mucha gente adopta el mismo estilo de manejo, entonces ese comportamiento se convierte en una regla común. Una vez que la gente entienda lo que es normal por ahí, más gente conducirá de esa manera también y eso se extenderá, como una avalancha. La amabilidad le da origen a la amabilidad. La agresión provoca más agresión.

Todos sabemos que las culturas de manejo varían ampliamente de ciudad en ciudad. Se han hecho estudios, desde luego.

Las brechas culturales entre países son aun más marcadas. De acuerdo con una encuesta de Gallup en 2003, el 65 por ciento de los conductores estadounidenses y rusos creyeron haber sido víctimas de comportamiento agresivo por parte de otros automovilistas, comparado con solo el 26 por ciento de los conductores japoneses. Hay diferencias significativas en la cultura de la conducción entre países disciplinados del norte de Europa y los más permisivos del sur, donde las divisiones de carriles se consideran sugerencias cuestionables.

Algunos patrones de tránsito requieren una tradición de respeto a la autoridad central. De acuerdo con The Economist, la mitad de las rotondas del mundo están en Francia, donde funcionan bien. En Nairobi, la capital de Kenia, son un total desastre.

Conducir implica tomar mil decisiones morales pequeñas: acercarse demasiado al auto de enfrente para obligarlo a que vaya más rápido o darle espacio; tocar el claxon como advertencia o constantemente como una muestra universal de desprecio por la humanidad.

Conducir hace que te preguntes todo el tiempo: ¿estamos en un lugar donde hay un sistema de autocontrol o estamos en un lugar donde se aplica la ley de la selva?

Conducir hace que te preguntes continuamente: ¿mis necesidades son más importantes que las de los demás o todos somos iguales?

Es mucho menos probable que los conductores de autos BMW frenen para que pasen los peatones en los cruces. Los conductores de Prius en San Francisco cometen más violaciones de tránsito. La gente que cree que es más rica o mejor que los demás es más grosera detrás del volante.

Conducir también hace que periódicamente debas superar tu deseo de venganza. Cuando alguien se mete a tu carril inesperadamente, quieres castigar al imbécil y reforzar la idea de lo que es correcto y adecuado. Pero eso solo provoca un ciclo de conducción aun peor, así que es mejor, como Francisco lo diría, poner la otra mejilla. ¿Cómo conduciría Jesucristo?

En resumen, conducir te pone en situaciones sociales en las que debes trabajar con otras personas para construir una cultura compartida de civilidad e ir en contra de tu propio egoísmo primitivo, y eso sucede mientras estás metido en lo que potencialmente es un arma de metal de 1.800 kilos.

Desde luego, a todos nos consternan los payasos que arruinan nuestra cultura desde los más altos mandos, pero intentaré recordar una lección cuando conduzca mi auto: aunque esté rodeado de idiotas, soy potencialmente un artesano del bien común.

* Columnista de The New York Times.

2018 New York Times News Service

 

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