Publicidad

La formación de los gobernantes

Eduardo Barajas Sandoval
01 de julio de 2013 - 10:00 p. m.

A juzgar por las plazas llenas en Egipto y el Brasil, y por el malestar ciudadano que se percibe en muchas otras partes, la calidad de la representación política de gobernantes elegidos por elección popular deja mucho qué desear.

A pesar de que el voto ciudadano siga siendo el mejor método inventado hasta ahora para seleccionar a quienes gobiernen las naciones, todo parece indicar que algo no funciona bien. El hecho es que por todas partes surge un descontento que no se ha manifestado en los comicios y que convoca a miles de personas que muestran inusitado interés por las cosas públicas pero no quieren oír hablar de los políticos.  

Una constante domina de manera ostensible el panorama: la llegada al poder como consecuencia de resultados electorales que les dan el triunfo a gobernantes que no tienen el apoyo verdadero de la mayoría de los ciudadanos. Así, desde la cumbre de un poder precario, en medio de la sospecha generalizada sobre sus calidades, y en muchos casos bajo el flagelo de una oposición destructiva, los elegidos por la casualidad dedican la mayor parte de sus esfuerzos a sobrevivir. 

A ese ritmo, el hecho de que en diferentes niveles, y en todas partes, gobiernen personas que si bien ganaron las elecciones no representan el pensamiento,y mucho menos el querer de las mayorías, pone en evidencia una fractura continuada entre lo que un país quiere y lo que terminan haciendo en su nombre los representantes de minorías adictas al juego político o entusiastas de causas en las que creen pero pueden pasar la vida esperando que produzcan efectos en la realidad. 

La mirada tiene que volverse entonces, en primer lugar, a la propia conciencia ciudadana, que lamenta no haber hecho uso de las herramientas a la mano para manifestar a tiempo su voluntad política, dejando en manos de otros la selección de sus propios gobernantes. O que siente la pena de haber actuado al ritmo del oportunismo, sin haberse tomado el trabajo de impulsar alternativas al pensamiento triunfante, aunque fuese para sembrar la semilla de un cambio que puede venir con el tiempo.

Esa idea de tratar de jugar siempre a ganador, para sacar algún provecho, el que sea, de los pedazos de poder que caigan de alguna parte, es el peor de los denominadores comunes entre una ciudadanía inmadura y una clase política precaria. Es entonces cuando conviene reflexionar sobre las opciones y el contenido de la participación ciudadana, y cuando hay que volver la mirada a un tema que en muchas partes se deja al son de la espontaneidad: el de la formación de los gobernantes.

Curiosamente, mientras se nota una preocupación generalizada por formar los mejores médicos, porque tendrán en sus manos la salud y la vida de los ciudadanos, o los mejores ingenieros, para que los puentes no se caigan, por decir algo, la formación de los políticos y de los gobernantes se descuida sin reparar que son estos dos últimos los que terminan por establecer, interpretar y cumplir o no las reglas de manera tal que en sus manos queda el destino de una nación entera, con los médicos y sus pacientes y los ingenieros y sus puentes, para no ir más allá. 

No está mal que haya de vez en cuando quienes se preocupen desde niños por tratar de formarse para gobernar. Lo malo es que si se forman de manera individual y aislada, cuando más se llegará a tener una cosecha de caudillos, y puede que hasta uno que otro líder, pero eso no basta para una sociedad.

Los ciudadanos, todos, nos debemos preocupar de la formación de los gobernantes. De los equipos. De las generaciones que ejerzan liderazgo en la vida pública. De manera que haya para escoger. Y debemos exigirles conocimiento de la nación y del mundo, no solo de la economía sino de la geografía, y de la historia y de la cultura y de los recursos naturales y de las posibilidades verdaderas de la educación, no para llenar estadísticas sino para ver qué es lo que se va a saber y para qué. 

Que no resulten montados en las responsabilidades públicas unos aprendices improvisados gobernando un país que no conocen, cuyos límites verdaderos ignoran, cuyas características llegan al mando a conocer. Habrá que exigirles algo más que proyectos publicitarios. Deberán contar con equipos conocidos y entrenados, para que no gobiernen pensando en las encuestas. Y, sobre todo, habrá que pedirles que hayan tenido el valor y la entereza de pasar por el desierto de la oposición, o que estén dispuestos a irse a ella con lealtad, en lugar de andar haciendo cola para quedar siempre en algún lugar en todos los gobiernos, como si la profesión de los políticos fuese la de conseguir, negociar, dar, compartir o tener a cualquier precio, un escritorio público para despachar. 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar