La G china

Julio César Londoño
01 de septiembre de 2018 - 07:30 a. m.

El último número de la revista Nature informa que dos científicos de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Huanzhong de China acaban de precisar el valor de la constante de gravitación universal con un margen de error del 0,0012 % (la fórmula que calcula la fuerza que mantiene la olla sobre el fogón y a los planetas en sus órbitas es F = GMm/r2, donde M y m son las masas de los dos cuerpos que se atraen, por ejemplo la manzana y el planeta; r, el radio de la Tierra, y G, la constante gravitacional, la cifra que ajustaron los chinos).

El ajuste es pequeñísimo, no incidirá en el costo del petróleo ni será considerado por los levantadores de pesas, pero es noticia porque la gravedad es la fuerza más misteriosa de la naturaleza. La fuerza magnética fue estudiada por los brujos de la Antigüedad, la electricidad la descifraron en el siglo XIX, cuando se supo que era una parienta íntima del magnetismo, y el XX encontró los poderosos resortes de las fuerzas nucleares. Sobre la gravitacional, en cambio, hemos avanzado muy poco desde que Newton calculó su fórmula en el siglo XVII. Nadie sabe cómo opera ni cuál es su naturaleza. Sabemos solo que es ondulatoria y que no se propaga de manera instantánea. Si el Sol desapareciera súbitamente, la Tierra sólo “se daría cuenta” del desastre ocho minutos después, durante los cuales seguiría girando en su órbita como si nada antes de salir disparada tangencialmente de su órbita, en virtud de la fuerza centrífuga, hacia las profundidades del espacio, pero nadie sabe cómo se propaga ni cuál su vehículo, aunque ya le tienen nombre, gravitón, una partícula más sutil que los neutrinos y más buscada que el bosón de Higgs, la partícula que inventó la masa.

La gravedad fue noticia el año pasado, cuando tres físicos estadounidenses obtuvieron el Nobel de Física por su descubrimiento de las ondas gravitacionales del choque de dos agujeros negros ocurrido hace 1.300 millones de años, coronando así un trabajo de más de 1.000 científicos de 23 nacionalidades durante los últimos 40 años. La paciencia de estos cazafantasmas se vio recompensada el 14 de septiembre de 2015, cuando las reliquias ondulares del colosal choque fueron detectadas por primera vez en la historia con los interferómetros láser de los norteamericanos.

En 2004 la gravedad fue noticia en Colombia por obra de Fernando Vallejo. En la primera página de su Manualito de imposturología física, el energúmeno paisa propuso una unidad para medir la estupidez, el Aquino, en honor de santo Tomás, y evaluó en Aquinos la estupidez de los santos de la Iglesia y los genios de la física. Páginas después viene la revelación: la fórmula de la gravitación de Newton no es enteramente suya porque el valor de G solo pudo ser calculado en 1798, 71 años después de la muerte de Newton, por Henry Cavendish. Era una precisión erudita, importantísima, una primicia de primera plana, pero nadie le paró bolas. Para la fecha, Vallejo ya era un loco furioso que escupía en el Capitolio y en las iglesias (acciones justas y casi piadosas), pero también insultaba a Gabo, que estaba al borde de la canonización (“lameculos de los poderosos”, lo llamaba). Cuando los lectores leyeron su desprecio por las obras de Newton, Einstein y Maxwell, quemaron el Manualito y concluyeron que Vallejo se había convertido en una caricatura de sí mismo, que deliraba en latín y echaba espumarajos por la boca, lo cual era cierto, y que su libro era una solemne necedad, lo cual es falso de toda falsedad.

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