La Gorda, la Roja y la Docta

Enrique Aparicio
03 de marzo de 2019 - 05:00 a. m.

Le estaba explicando a mi amigo Carlos que sólo le faltaban 500 escalones de un total de 666: “Carajo, ya le dije, Aparicio, que yo no voy a subir más.  ¿Es que no entiende?”.

Carlos es un hombre inteligente,  con una mujer espectacular,  de vida súper organizada,   no tiene dentro de sus planes rezar ni hacer ejercicio y menos subir por una escalinata relativamente pendiente para llegar al Santuario de Nuestra  Señora de San Lucas, en la bellísima  ciudad de Bolonia – en el norte de Italia - .  No sé cómo logré convencerlo.

Previamente me había preparado en lo histórico.

-Oiga Carlos la leyenda cuenta…

-Ya le dije que no me interesa. 

Insistí sin amedrentarme.

–En el año 1433 las lluvias torrenciales no paraban, la ciudad estaba inundada.  Un grupo de fieles organizó una procesión con la Madonna.  La trajeron desde la cima del Monte de la Guardia y, en cuanto cruzó la puerta de la ciudad, dejó de llover.  ¡Un milagro!  Desde entonces visita cada año a Bolonia, por aquello de que más vale prevenir.  ¿No le parece algo maravilloso?  Esta fabulosa ciudad se salvó, literalmente, y la Virgen de San Lucas quedó para el resto de la vida incorporada en el corazón y rezos de los boloñeses.

Ni una pestaña se le movió a mi amigo.    

Desde allí – en la cima del monte - se puede tener una visión espectacular de Bolonia, llamada también “la Gorda” por su exquisita comida, la “Roja” por el color de sus construcciones de una arcilla o ladrillo especial y su cercanía al partido comunista, y la “Docta”  por tener la universidad más vieja de Europa, fundada en 1088 en principio para los estudiosos de Derecho aunque luego fueron creándose diversas cátedras. 

Es la ciudad de los pórticos. Su arquitectura está llena de andenes cubiertos con pórticos  para guarecerse del sol o la lluvia 

Ver pasar la vida no es un lujo, ni un cuento raro, ni cuesta mayor dinero, es sólo tener interés por la gente y el conocimiento.  En la Piazza  Maggiore, en el café Giuseppe, al frente se observa la famosa iglesia de San Petronio, donde coronaron como emperador a  Carlos V en 1530.  Un pequeño vaso de vino blanco, en un día de verano, da la impresión que usted es el dueño del mundo.  Sólo basta ver pasar esa multitud de todas las nacionalidades; además, le evita el mal hábito de  mirarse el ombligo 24 horas y pensar que el único o única que tiene problemas es usted.

Esperando a la esposa de mi amigo y a mi compañera, comencé a hablar pero me interrumpieron. 

-Aparicio, si me va a  tratar de convencer que vayamos a otra Iglesia, o algo por el estilo, créame que va a tener serios problemas conmigo.

-No hombre- dije en tono calmado con inspiración budista -, una corresponsal que conozco, a quien estoy convenciendo que soy el hombre ideal, lo que me ha costado trabajo, nos ha arreglado una visita con una guía especializada  para conocer parte de la Universidad de Bolonia.  

Nos presentamos puntuales al antiguo edificio donde originalmente se instaló la universidad.  Anna,  una italiana del norte, de una amabilidad y conocimiento prendedizos, nos llevó al famoso Teatro Anatómico donde diseccionaban los cadáveres para las lecciones de los futuros galenos.   Si usted quería calificar en la parte del cadáver, ya la Iglesia, la Iglesia como siempre, exigía que sólo fuera permitido echarle bisturí a los cuerpos de los bien malos.  Me explico: usted hubiera tenido que ser bien malo o mala, un pecador sin remedio, para terminar en una mesa de estudio de medicina.  En este gran salón, mirando con cuidado las paredes, se  observa  una ventanita muy disimulada donde  un miembro de la Iglesia supervisaba  que no hicieran de las suyas con el muerto.  O sea, nada de abusar.  Las paredes en madera muy fina y un púlpito sostenido por dos figuras en madera talladas como si no tuvieran piel, acompañan al sitio desde donde el catedrático ordenaba al asistente que cortara aquí y allá. Nada de untarse él  las manos.  

La idea del cirujano plástico nació allí.  Hay una figura de un galeno sosteniendo una nariz.  Se supone que dada las escaramuzas, diferentes miembros eran desprendidos como resultado de las discusiones a punta de espada.  

Bolonia está llena de infinitas historias de personajes célebres. Por mencionar uno: Guillermo Marconi.  Si ve la historia de este gran inventor, resulta increíble.  Premio Nobel de Física en 1909.  Fue el precursor de la comunicación inalámbrica – radio, celulares y el resto -.  Nació en esta capital del estado de Emilia-Romagna el 25 de abril de 1874.  Vivió  en una villa cerca de Bolonia.  De familia acomodada, especialmente por su madre irlandesa quien lo apoyó en todas sus aventuras telegráficas.

Marconi entendió que su invento debía rebasar o  traspasar  colinas, muros y el resto de obstáculos.  Desde su cuarto de experimentos  organizó  lanzar señales  a un aparato receptor inventado por él.  Para saber si había “atravesado” la colina que estaba al frente de la casa pidió a uno de los trabajadores que le avisara si llegaba la señal mediante un disparo de escopeta.  Pasaron los segundos y, finalmente, lo oyó.  Se acababa de crear el mundo inalámbrico.  Entre otras, esta invención permitió cambiar la faz de la navegación.  Antes, una vez que los barcos que navegaban los mares salían de puerto, nadie sabía de ellos hasta que llegaran “a la otra orilla.”  Con la invención de la comunicación inalámbrica y con la clave morse, fue posible enviar señales de peligro, de problemas graves, de posición.  El famoso Titanic contaba con un aparato Marconi  que logró enviar información a los barcos más cercanos sobre la situación.  “SOS, el Titanic se iba a pique.”

-Bueno Carlos ¿qué quiere hacer?  Repuesta inmediata: “Tomarme un helado”.  Lo entendí  totalmente.

Sí señor, los helados son otra afición de los locales.  Los mejores del mundo.  Nos fuimos con las compañeras a una de las mejores heladerías de la ciudad y como buenos y humildes ciudadanos temporales de este precioso sitio, en un parque, cuatro seres humanos, callados, sin musitar palabra, lamíamos nuestro cono con una concentración donde nuestro lenguaje corporal era de niños, de disfrute, de algo que nadie podía quitarnos, ese placer de gente traviesa.  Y la tarde en Bolonia, su calor y amabilidad fueron dándonos la pauta para  mirar la vida a  través  de un buen helado y  nada más.

De esta ciudad se puede escribir toneladas de información, pero quizás irán apareciendo retazos, que dejen algo concreto en pocas palabras para un domingo amable. 

(YouTube mío:  https://youtu.be/VOdq8vOQ1y0).

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