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La gran depresión de Estados Unidos

Salomón Kalmanovitz
27 de julio de 2020 - 05:01 a. m.

La pandemia del COVID-19 y el señor Trump están disolviendo la globalización y debilitando la economía yanqui. En efecto, el comercio exterior se ha deteriorado más que las economías nacionales debido al aumento del nacionalismo hirsuto. Los cierres obligados de las actividades productivas y comerciales, por la extensión del contagio y el miedo que despierta en el resto de la población, han llevado a una contracción económica sin paralelo en la historia del capitalismo, mayor que la de los años 30 del siglo pasado y que no sabemos hasta cuando se extenderá, si hacia 2021 e incluso 2022.

El ultranacionalismo del señor Trump se expresó en sus ataques racistas y xenófobos contra China y México, que tienen repercusiones sobre las exportaciones de estos dos países y perjudican al propio comercio estadounidense. Se está liquidando la competencia que les daba ventaja a los productores chinos más eficientes o a los mexicanos más baratos, lo que significará un deterioro de la calidad de los bienes y servicios y precios más altos para los estadounidenses.

La reducción del comercio internacional es acompañada por un cierre similar de las inversiones globales. La globalización se está diluyendo rápidamente, mientras se impone el proteccionismo reaccionario de la derecha estadounidense. Trump es un plutócrata que pretende destruir el sistema de salud heredado de Obama, ¡en plena pandemia! Él ha reducido la tributación de las empresas y de los ricos, pero ha aumentado el gasto público a punta de endeudamiento extremo. El enorme déficit público es monetizado, propiciando hacia futuro la estanflación; es decir estancamiento acompañado de inflación.

Según Nouriel Roubini, el futuro de la economía estadounidense se puede concebir como una curva en forma de L, en la que los estímulos dan lugar a una reactivación que se agota para dar lugar a un estancamiento de largo plazo. La situación es peor porque la economía digital intensiva en capital, que demanda poco empleo, se expande a costa de las otras actividades productivas intensivas en mano de obra. No hay inversión en capital humano y mucho menos en infraestructura, que se está derrumbando en muchas regiones de los Estados Unidos. Así mismo, se reduce la inversión social en educación y salud, que se quedan sin el financiamiento que generaban los impuestos que dejaron de pagar los ricos.

La distribución del ingreso está sesgada a favor del capital: aumentan las utilidades de las empresas y de los inversionistas en bolsa, pero se deterioran los salarios y los ingresos de la clase media. Esta última y los trabajadores son los perdedores del nuevo entorno creado por la derecha, pues sufrirán mayor desempleo e ingresos más bajos.

El liderazgo del señor Trump ha sido muy errático y ha comprometido el futuro de la economía estadounidense al no imponer medidas de salubridad elementales, lo que ha servido para que países de Asia y Europa estén superando los efectos negativos de la pandemia. La estupidez y arrogancia de su líder han conducido a la bancarrota del partido republicano y a que estén en grave riesgo de perder las elecciones de noviembre. Aun si ganan los demócratas, el daño es tan extendido que se requerirán varios años para repararlos, incluyendo los que está generando el colapso mismo del sistema de salud en la mayor parte del territorio estadounidense. Es inaudito que el país más rico del mundo no pueda controlar la peste.

 

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