La gran farsa espiritual

Enrique Aparicio
19 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

Fray Francisco, de la orden de los dominicos, supervisaba la tortura del ayuda de cámara del rey Fernando el Católico. Don Juan Pantoja era un hombre ya entrado en años que había estado al servicio de la Casa Real casi medio siglo. Pero las envidias y chismes lo llevaron a ser acusado de hereje y trasladado al Palacio de la Inquisición sin el conocimiento del rey, quien estaba en un viaje visitando territorios del reino.

Fray Francisco fue dando la orden al verdugo: “Que sienta los brazos y piernas. Trata de no dejar huellas”.

Juan Pantoja, con un dolor en las coyunturas que parecía que se iban a desprender del cuerpo, musitó unas palabras. Como por encanto, apareció un paje que lo había seguido hasta el sitio de tortura.

—He oído sus palabras. Uno de mis compañeros salió a encontrar al rey para que dé la orden de parar toda esta farsa y calumniosa mentira —le dijo el paje al ayuda de cámara.

—Tu rey no está por encima del poder divino de Dios, ni del papa, ni de esta orden —afirmó fray Francisco. Un verde grisáceo comenzó a cubrir su cara. En su mente entró el miedo. La frase podría crearle muchos problemas.

—Fray Francisco, no he hecho ningún mal a nadie y menos a la Iglesia —dijo el torturado con apenas un hilo de voz—. Mi rey don Fernando es testigo de mi vida.

El dominico pensó que había cometido un error de lesa majestad al desafiar la autoridad del rey, pero no tenía otra alternativa que seguir adelante con su discurso:

—Este hombre tiene el alma en manos de Satanás. Solo la confesión de sus herejías lo salvará del fuego eterno. Nuestra orden es la encargada de llevar a esta alma fuera de las garras demoniacas —dijo a los asistentes y dio la orden al torturador de proseguir con el caballete. Cuando el verdugo estaba preparando el cuerpo casi inerme para la nueva tortura, llegó un jinete con una misiva del rey Fernando el Católico.

El inquisidor tomó la nota y comenzó a leerla:

Mi muy respetado fray Francisco,

Conozco la difícil labor que le han encomendado los grandes prelados de nuestra Iglesia, para que salve almas y hagan parte del rebaño de Dios nuestro creador y salvador. Pero en este caso, mi servidor Juan Pantoja ha sido víctima de malas lenguas y bajos decires. Como rey, lo conmino a dejar en libertad a este hombre. Dios verá con buenos ojos su humildad.

Fernando II de Aragón, rey de Valencia, Mallorca, Nápoles, Navarra, Sicilia, Cerdeña y conde de Barcelona. Rey de Castilla iure uxoris”.

La Inquisición fue una farsa con doctrina de lo divino y mentiras del más allá, que como instrumento de tortura utilizó también el miedo para doblegar poblaciones y quemar todo lo que se le ocurría.

Hay que ver hacia dónde iban: manejo y poder político, además de billete a dos manos. Cualquier ser humano, al ser acusado, aun sin comenzar el juicio, perdía sus bienes, que eran embargados de inmediato.

No hubo área o tema que los inquisidores no tocaran, como los ataques a los judíos. Los conversos, o marranos como se les llamaba, eran mezclados con los supuestos no conversos. Todos los que fueran acusados, por ejemplo, por el vecino, de practicar los ritos judíos, eran llevados al tribunal. Las injusticias se potencializaron pues también se creó la práctica de que quien delatara a una familia recibiría el 25 % de sus bienes. Cuentan algunas fuentes que el tribunal fue un ejemplo para los nazis de cómo atacar y acabar con la raza judía.

La Iglesia, mediante este brazo sanguinario, incluso se dio el lujo de detener el desarrollo de la ciencia durante varios siglos. Con estos cuentos y mentiras de la herejía, logró mandar a la hoguera y a la horca grandes figuras de la ciencia. Como una excepción podemos contar que a Galileo Galilei (1564-1642) lo acusaron y, aunque finalmente no fue ejecutado, recibió hasta el final de los días la casa por cárcel. Cuentan que, en el juicio, en que se tuvo que retractar de sus teorías ante el tribunal inquisidor, al final dijo: “Pero de que se mueve, se mueve”, hablando sobre la de rotación de la Tierra. Otros grandes científicos no corrieron la misma suerte y terminaron en la hoguera.

Tras el descubrimiento de América, llegó la Inquisición a México, Perú y Colombia. Otro golpe para las razas indígenas, su cultura y sus creencias, ya que, crucifijo en mano, fueron matando y robando en nombre de Dios y del rey de España. Con lo sustraído, con ironía se podría pensar que los inquisidores decían algo así como: “Vénganos en tu reino”.

La Inquisición también entró lanza en ristre en el puerto de Cartagena de Indias que, para pena histórica nuestra, fue el puerto al que llegaron más esclavos de África. Sin compasión, la llamada expansión de la fe intentó acabar con las costumbres y grandes fortalezas de estos hombres y mujeres que ya habían perdido su libertad. Afortunadamente ellos las defendieron contra viento y marea. Quizás el gran luchador y visionario Martin Luther King reunió la fuerza de esa raza, que resumió en su gran discurso: “Tengo un sueño”.

Todo esto rondaba mi mente cuando salí del Museo de la Inquisición en Cartagena de Indias. En la arbolada plaza frente a él, como una paradoja, el mundo mostraba un rostro mucho más amable. El YouTube muestra parte de cómo sienten la música, la alegría y las ganas de vivir. También hay unas vistas de la inquisición en Lima.

https://youtu.be/AN_cGMyHCj4

Que tenga un domingo amable.

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