La Gran Marcha

Valentina Coccia
26 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

El sol comienza a alumbrar la mañana de este 25 de abril. Las calles están silenciosas y  llenas de expectativa. Cerca a los puentes de Transmilenio están los señores que venden tinto y empanadas. Se escuchan unos cuantos pasos recorriendo las calles: aquellos de las personas que se escabullen a sus trabajos, o que salen de ellos y dejan que el sol mañanero les nuble un poco la vista. Pareciera que la ciudad entera está suspirando, expectante, y este texto, escrito bajo la lumbre de esta mañana tibia del 25 de abril, también respira entrecortadamente, porque cuando ustedes, queridos lectores, lo lean el día de mañana,  la Gran Marcha ya habrá recorrido las calles de esta ciudad y los residuos de la protesta estarán ya flotando como muertos sobre el asfalto.

Milan Kundera, en su famoso libro La insoportable levedad del ser, escribió con ironía sobre las grandes marchas de la humanidad y sobre aquello que representaban. Kundera decía que “la Gran Marcha es ese hermoso camino hacia delante, el camino hacia la fraternidad, la igualdad, la justicia, la felicidad y aún más allá, a través de todos los obstáculos, porque ha de haber obstáculos si la marcha debe ser una Gran Marcha”. Aunque Kundera interpretaba la Gran Marcha con ironía, debo decir que sus palabras son bellas, y que recogen todo el sentido de marchar. Hoy quisiera hablar de ese acto de marchar, de ese acto de unirse y tomarse el mundo con los pies, de ese acto de caminar, recorrer, superar y avanzar; de ese acto colectivo y hermoso que recoge todas las caras, todas las historias, todas las dudas, las preocupaciones, las angustias, los dolores y sufrimientos y los traduce en una única avalancha de unión que, moviéndose como una gran ola del océano, llega a las costas de la injusticia para tragarse con avidez la impertinencia y la malévola sombra de los líderes políticos.

La decisión de un pueblo de marchar es, ante todo, la resolución de apoderarse de lo que es suyo. Los espacios públicos muchas veces no son percibidos como espacios propios: son a menudo los lugares por los cuales transitamos para llegar a nuestros trabajos, a nuestras citas, o los sitios por los cuales pasamos para llegar a casa. A veces esos espacios se ven bajo la luz de lo representativo de nuestra historia, pero rara vez nos detenemos a mirarlos con estos ojos. Durante las Grandes Marchas nos apoderamos de esos espacios y reclamamos su propiedad: esos espacios se esfuman con los colores de los derechos naturales que demandamos, del cumplimiento de los acuerdos pactados, y tomárselos pasa a ser el símbolo de una apropiación de unos compromisos que nos beneficien a todos.

Marchar también colorea nuestros rostros de colectividad: la marcha por un momento desvanece nuestros rasgos personales y los pone al servicio del colectivo. Nuestra cara, nuestra voz y nuestro pensamiento por unas horas toman consciencia de formar parte de un todo y sienten latir las fuerzas de una solidaridad suprema. Perderse en la marcha es sumarse a un propósito común, a la alegría de preocuparse por el bienestar general.

Marchar es también avanzar. Marchar es salir de la inercia de las casas, de la vida cotidiana en la que la podredumbre del Estado se filtra todos los días. La marcha nos invita a salir de esa apatía quejumbrosa, de esa procrastinación perpetua a la que condenamos el hecho de reclamar nuestros derechos fundamentales. La marcha avanza hacia un objetivo, y con el impulso que sale de la indignación colectiva, es el símbolo de caminar hacia nuestro devenir como pueblo.

Además de todo, la marcha rompe el silencio: la voz individual se une al coro de la muchedumbre, de aquellos que en el día a día percibimos como extraños en los autobuses, en los cafés o en los parques. Marchando cantamos al unísono y nos damos cuenta de que aquel que percibimos como diferente, como el otro, en realidad no es tan distinto a nosotros; en realidad sufre de nuestras mismas carencias, tanto que nuestra voz puede unirse a la suya para elevar el mismo cántico de emancipación y libertad.

Marchemos, tomémonos las calles, defendamos la paz. Mantengamos viva la esperanza de un país diferente, derroquemos con nuestros pies el saboteo de los acuerdos, las promesas incumplidas y la espantosa ineptitud del gobierno de Iván Duque. Tomémonos este país que es nuestro, y con los pies apropiémonos de aquello que nos ha sido arrebatado. En esta mañana expectante preparémonos con el alma para reclamar la paz que nos pertenece.

@valentinacocci4, valentinacoccia.elespectador@gmail.com

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