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La Guajira: medio siglo como departamento

Weildler Guerra
20 de junio de 2015 - 03:53 a. m.

La Guajira aparece en estos tiempos con inusitada frecuencia en los medios nacionales. Convencionalmente se le asocia con desnutrición, violencia, corrupción, sequía, pobreza, contaminación y contrabando.

En la visión que se tiene de ella desde el centro de la nación se la percibe como un paraíso de recursos naturales y, al mismo tiempo, se le mira como un infierno de violencia constitutiva. Puede ser tan milenaria como sus pueblos históricos y albergar simultáneamente avanzadas tecnológicas de proyectos energéticos. Se le considera una especie de finis terrae, pero en realidad está situada en una esquina del continente sudamericano. El 1 de julio cumplirá 50 años como departamentoEsta península encierra agudas paradojas y complejidades por lo que la forma más cómoda de definirla es acudiendo a estereotipos formados a partir de una concepción estática sobre las características generalizadas de los miembros de una sociedad. Los estereotipos no tienen un carácter inocuo. Cuando son difundidos hasta el cansancio por los grandes medios sirven para naturalizar la violencia de las intervenciones armadas de todo tipo y preparan las avanzadas económicas del ‘progreso’ que en su dimensión ambiental, territorial y social pueden adquirir un carácter brutal.

En realidad, el ingreso de La Guajira a Colombia comenzó mal desde los albores de la República. La independencia auguraba el fin de un orden social jerárquico organizado con base en marcas sociales, religiosas, raciales y étnicas. Finalizado el monopolio español sobre el comercio los habitantes de este territorio aspiraban a mantener sus nexos comerciales con Jamaica, los cayos franceses y el Caribe holandés, sin embargo, la joven república mantuvo las antiguas medidas de control colonial: aislamiento de los puertos guajiros, evangelización de la población indígena e incorporación forzada a la colombianidad.

Los indicadores sociales de este territorio son indiscutiblemente dramáticos y en su estado actual han tenido mucha responsabilidad los gobiernos seccionales. Mientras el analfabetismo en Colombia es solo de un dígito en La Guajira ronda el 35 % lo que debería considerarse como una autentica emergencia nacional. Ello evidencia que el proyecto de colombianización de La Guajira sigue siendo un proyecto inconcluso. Para enfrentar estos retos el departamento solo dispone hoy del 10 % de las antiguas regalías. Es urgente que exista un diálogo de La Guajira con la Nación. Este no debe ser entendido como la presentación de una lista de mercado de las comunidades y los gobiernos locales al gobierno central. Tampoco es el espacio para discursos mendicantes como el del abandono.

Debería ser una oportunidad crucial para examinar las tensiones históricas de La Guajira con la Nación y construir un compromiso bidireccional entre ella y el resto del país. Sería además una oportunidad para redefinir su papel en la vida de la República y formalizar sus nexos con el Caribe insular. La Guajira dadas sus especificidades históricas, étnicas y culturales requiere un régimen especial pues como nos lo recuerda el verso de William Blake “La misma ley para el buey y el león es opresión”

 

wilderguerra@gmail.com

 

 

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