La guerra de la información

Luis Carlos Vélez
20 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Sigo con atención las recomendaciones de libros que hace el periodista de CNN Fareed Zakaria en su programa GPS, y hace unas semanas presentó uno realmente estupendo escrito por Richard Stengel bajo el mismo título que hoy inspira esta columna. Su autor, quien durante un tiempo fue editor general de la revista Time y luego hizo las veces de subsecretario de Estado de EE.UU. en la administración Obama, cuenta detalles del funcionamiento de la guerra de la desinformación global y cómo un gobierno puede perderla.

“Gobiernos, actores no estatales e individuos están creando y divulgando narrativas que no tienen nada que ver con la realidad. Esas falsas narrativas socavan la democracia y la habilidad del pueblo de tomar decisiones inteligentes”, dice Stengel. Advierte que “los jugadores en este conflicto son apoyados por las grandes plataformas de redes sociales que se benefician igualmente por el tráfico sin importar que la información sea falsa o verdadera”. Tal cual.

Colombia no es ajena a este fenómeno de carácter global. Tan solo la semana pasada fuimos testigos de varios bulos que rodaron en las redes sociales y en los medios de comunicación tradicionales para luego retirarlos sin mayor color en las mejillas. Lamentable.

El juego, que algunos desarrollan muy bien, funciona de la siguiente manera: con verdades a medias se construye un titular que aparece en redes sociales, los medios lo recogen y en aras del balance buscan el contrapeso o una versión del afectado, y luego, nuevamente con la versión inicial, los originadores crean una tendencia social. ¿Pero dónde queda la verdad? En su libro, Stengel dice: “En la guerra de la desinformación no hay necesidad de ganar con la verdad, simplemente se cumple con el objetivo si se logra enturbiar las aguas”.

Las redes nacieron libres y al principio sirvieron para que aquellos sin voz pudieran levantarla, pero ahora lamentablemente son el epicentro de la manipulación de grandes grupos de interés que se aprovechan de su condición de neutralidad, es decir, de que ellas mismas no tengan mecanismos funcionales que les digan a sus usuarios qué es verdad o qué es mentira. Desafortunadamente, como sostiene el autor del libro, “los hechos no vienen subrayados en amarillo. Una frase falsa se lee igual que una verdadera. No es suficiente enfrentar las mentiras con la verdad, porque esta última no siempre gana”.

¿Qué debemos hacer? Revisar fuentes, no divulgar información que no podamos comprobar y entender, como dicen en la calles, de dónde vienen los tiros. En otras palabras, esto significa comportarnos, así seamos meros individuos con una cuenta de Twitter, como los medios responsables que muchas veces exigimos.

Tenemos que tener cuidado. Con tanta presión de las redes en busca de titulares de impacto y repercusión, podríamos los medios tradicionales estar contribuyendo a la guerra de la desinformación. Si perdemos la cabeza, la capacidad de autocrítica y nos convertimos en herramientas de la politización, estaremos dando un paso concreto hacia el abismo.

Posdata. Entretanto, recuerdo que don Hernando Santos, otrora piedra angular de El Tiempo, decía: “Uno no puede hacer periodismo con odio”.  Cuánta razón tenía. 

 

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