Las ciudades no se libran de la fricción que ejerce la historia sobre ellas. Ahí están, expuestas al fuego, a la asonada y al ciclo inclemente de destrucciones y de renovaciones; son una suerte de palimpsestos donde van quedando plasmadas todas estas sacudidas: las guerras, las revoluciones, los gobiernos buenos y los malos, y sobre todo las ideas o pasiones que movilizaron a la gente en un momento dado.
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