La historia a merced de sus relatores

Lorenzo Madrigal
16 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

Todo lo que ahora mismo sucede lo van a contar los bebés o los no natos, quienes nada saben ni conocerán jamás el contexto. El ser humano, salvo se siente a reflexionar, y muy pocos lo hacen, no es capaz de compenetrarse con una época y con el fardo de acontecimientos que la abrumaron.

De ahí que la historia nunca es la verdad. Es cuando mucho una aproximación, sujeta a todos los sesgos imaginables. Ahora, por exigencias de la guerrilla, negociadora con Santos, se ha constituido una vanidosa Comisión de la Verdad. Ella dictaminará qué pasó, qué nos pasó, como dicen, para involucrarnos amistosamente a todos y llevarnos al abismo de sus conclusiones.

Constituida, como sostienen altos militares retirados, por personal de franca izquierda política, entrará a saco en los archivos de seguridad del Estado, a ver si encuentran seguros faltantes de la conducta humana en la defensa de las instituciones. Me pregunto si podrán hacer lo mismo con la igualada guerrilla de tipo subversivo, que operó por años, sin Dios ni ley ni archivo alguno donde se pueda explorar la responsabilidad de sus actos.

Ser de izquierda no es pecado alguno, sostiene el benemérito padre Pachito de Roux (no hay que confundirlo con el enorme poeta de todos mis afectos, Rodolfo Eduardo de Roux, igualmente religioso), pero es que el problema no radica en la inclinación o definición política de los relatores, sino en el sesgo que no debiera tener un trabajo exploratorio de rango histórico. Sesgo no debe haber, ni de izquierda ni de derecha.

Miren ustedes, fue un gobierno de izquierda,el que comenzó negociaciones secretas con los subversivos, comité negociador encabezado por el talentoso Enrique Santos, reconocido hombre de esa corriente (“revolucionarios del Chicó” los llamó a éste y a alguno más su padre y el de su hermano, el presidente). Se conversa y se acuerda con una facción revolucionaria y se escoge como sede el amparo de la dictadura comunista de Cuba. Dos asesores jurídicos, de franca izquierda, parafrasean los pactos y conforman una justicia revolucionaria, a su antojo, con el placet del presidente, allá en Bogotá y desconocedor del derecho y con el displicet del voto general en plebiscito.

Sirven como garantes países favorecedores de la izquierda (salvo el Chile de entonces), los que por añadidura otorgarían al final el galardón mundial de la paz (aquel de la dinamita), que explosionó en el mundo, a favor de la vanidades del régimen colombiano. Todos sabemos cómo ocurrieron las cosas.

***

En la llamada implementación del proceso, empieza a funcionar la soberbia Comisión de la Verdad, sin funciones judiciales, pero sí como orientadora subliminal de las decisiones del Tribunal Especial y, lo que es peor, en cuanto pergamino imborrable de una verdad negociada.

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