La importancia de mostrar que Albus Dumbledore es gay

María Luisa Martínez Dibarboure
12 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.

En esta última semana han corrido ríos de bytes sobre la sexualidad de —y me paro y me pongo la mano derecha en el corazón— Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, porque parece que Hollywood se acaba de enterar de que uno de los personajes más queridos (y que más ingresos le han dado) es gay. La noticia fue que en la serie de películas de Animales fantásticos y dónde encontrarlos, donde Dumbledore será esencial, no se hablará de su sexualidad.

Pero, lo que no todo el mundo sabe, porque ávidos lectores hay menos, es que durante los siete libros se mantiene implícita la sexualidad de Dumbledore. J. K. Rowling jamás lo dijo expresamente, le llevó muchísimos años para que en una entrevista dijera lo obvio: Dumbledore es gay, estaba enamorado de Gellert Grindelwald. Y lo que siempre me he preguntado es por qué. ¿Es tan descabellado que el mejor mago de todos los tiempos, director de la mejor escuela de magia y hechicería, prácticamente el amo del universo, sea gay? ¡Pero claro que es descabellado! ¿Cómo se nos ocurre pensar que es gay? ¿Cómo podemos atrevernos a mostrar eso en la pantalla grande y que nuestros pobres e inocentes niños lo vean?

¡¿Cómo podemos no atrevernos a hacerlo?! Es 2018 y la homosexualidad sigue siendo tabú, ¡¿es real?!

Sí, gente, es real.

Vayamos por partes: la saga de Harry Potter ha vendido 400 millones de copias y ha sido traducida a 65 idiomas, y las películas han generado más de US$7.000 millones: básicamente, la humanidad entera está al tanto de quién es “el niño que sobrevivió”.

Una rápida justificación que podemos hacer al respecto es que el primer libro fue publicado hace 20 años y estaba dirigido a niños, por aquel entonces ni se pensaba en educar en género y Rowling quería publicar su libro —entendamos que, gracias a esta diosa de la literatura, generaciones enteras comenzaron a leer—, y tal vez dejar implícita la sexualidad de Dumbledore era plantar la semilla de la igualdad en todos los lectores. Pero no.

El año pasado se publicó Harry Potter y el legado maldito, que retoma la historia 19 años después de la Batalla de Hogwarts y se centra en la amistad entre uno de los hijos de Harry —Albus, ¡oh casualidad!— y el hijo de Draco Malfoy —Scorpius—, una historia de amor muy a lo Romeo y Julieta, pero que tampoco se dice explícitamente. Entonces, ¿cuál es la historia, J. K.?

Si la propia autora no sale del clóset con sus personajes, ¿qué podemos esperar de Warner Bros.? Que hagan la vista gorda y sigan repitiendo los mismos modelos hegemónicos de siempre, que los niños y adolescentes vean violencia, escenas de sexo de dudoso consentimiento y que anden por la vida acosando a todo lo que se mueve, porque esos son los valores blancos, heterosexuales y católicos, no sea cosa de que pongamos por primera vez en la historia un protagonista con poder y empoderamiento supremos que es gay; no sea cosa que al futuro de la humanidad se le pongan ideas locas de igualdad, libertad y empatía.

Leí Harry Potter y la piedra filosofal con ocho años. A los 27 me lo tatué en el brazo, porque estoy convencida de que los tatuajes cuentan y guardan historias; en el caso de mis seis tatuajes (Harry, John Lennon, Frida Kahlo, Mafalda, el lema de los Greyjoy y YOLO —bueno, che, que todos en algún momento somos jóvenes irresponsables y ese fue mi primer tatuaje—) son todos relacionados con personas y personajes que han forjado mi personalidad.

El mundo creado por J. K. Rowling siempre ha sido refugio para todos los que somos parias en nuestra familia, en la escuela y grupo de amigos. Es el lugar al que siempre volvemos porque sabemos que todo va a estar bien.

Si la empatía es uno de los principales valores que Rowling transmite en sus libros, ¿por qué meter en el ropero de debajo de las escaleras a Dumbledore? Vamos, que “el amor es la magia más importante del mundo”.

@MLMDibarboure

 

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