La inmortalidad faraónica

Enrique Aparicio
29 de julio de 2018 - 04:45 a. m.

Había faraones que, cuando ya se le iba a dar buen uso a la pirámide que habían mandado construir como tumba, reunían todos aquellos objetos que les interesaban que los acompañaran en el viaje hacia “el otro lado”: comida, caballos, sus perros favoritos, esclavos que habían sido leales y hasta juguetes de cuando estaban chiquitos.

En el caso de Ramsés, llamó a sus escribas para dictarles el testamento de lo que quería para su periplo al “más allá”. Estaba en pleno dictado, como cualquier ejecutivo, cuando se le ocurrió que una de sus esposas preferidas, Isis I, continuara haciéndole compañía en esa aventura. Isis I, que estaba por ahí cerca, oyó la orden al escriba y comenzó a decir las elocuentes y faraónicas palabras: “Me jodí, carajo”, pero como un rayo pensó en un plan para zafarse de “semejante” honor y se fue corriendo a donde el faraón.

De rodillas, le dijo: “O, mi querido señor, soy tu sierva, fiel compañera y estoy dispuesta a seguirte hasta el Edén, hasta el confín de tus deseos, para que seas más feliz aún. Sin embargo, tengo una sugerencia. Antes que todo, te pido perdón por creer que mis deseos puedan ser del agrado de tu divina persona, pero son motivados por el bien de mi bien amado faraón.  

Considero que es mejor que tan honrosa invitación sea para Keket. Ella casi llega a los 16 años y, como parte de tu séquito, te adora como al dios que ilumina nuestras mañanas. Que ella te acompañe en ese hermoso camino hacia la eternidad tendría ventajas que yo no podría igualar: un cuerpo más firme, unos deseos que despertarían en mi dueño y señor energías desbordantes como para escribir muchos papiros, ya que tanto te gusta la escritura”.

Para sus adentros, Isis I se sonrió. “Todo arreglado —pensó—. Me quito de encima a la coqueta de Keket. Que sea ella la que se encierre en ese montón de piedras con el viejo cascarrabias. Yo me quedo en terrenal situación con mis esclavos, escogidos por mí en lejanas tierras y buenos para todo lo que se me ocurra”.

Ramsés se quedó pensando. Llamó a su escriba principal y le pidió que pusiera:

“Que los tiempos nos oigan y que el Nilo nos ayude. La sabiduría de mi querida Isis I será el camino a seguir. En lugar de llevarme solo a Isis I en ese maravilloso viaje a la inmortalidad, me llevaré también a Keket. Las dos me honrarán y yo me sentiré amado”.

Pero volvamos a nuestros tiempos. Las sociedades, queramos o no, se están moviendo en mundos religiosos que tienen ciertas exigencias para ganarse el derecho a entrar en el paraíso y adquirir el aura de inmortales.

Sin embargo, a la gente le cuesta trabajo desprenderse de riquezas, logros y nombre: “Doctor Vladimiro, gracias por elegir nuestro banco. Estamos a su entera disposición para lo que necesite”. Es decir que para don Vladimiro el excelso lugar del que hablan las religiones, una vez pasada la prueba de fuego del juicio final, es un placentero territorio donde a todo lo que diga le dicen que sí.

Hay otras religiones en las cuales, una vez pasados los requisitos del caso, el futuro occiso tendrá a su disposición miles de vírgenes, lujos insospechados y abundantes banquetes.

Conozco el caso de un señor a quien le decretaron una enfermedad terminal y lo que más lo tenía preocupado era que no vería a sus amigos del golf. Y salvo que usted sea faraón y se pueda llevar un campo de golf o de fútbol, si es aficionado al Barcelona, incluyendo a Messi, el paraíso quedará en veremos y lo puede pasar muy aburrido en el templo de lo eterno. 

Pero si usted ha pasado las duras y las maduras en este planeta, no hay como un buen descanso, sin tener que pagar impuestos, hipoteca y colegios. ¿Se imagina un sitio donde la eternidad consista en un lugar sin deudas, ni hijos en plena adolescencia, ni mujer quejumbrosa que no hace sino pregonar que el marido no le da ni cinco?

En fin, en parte de nuestras culturas, aunque sea de manera inconsciente, tenemos esos paraísos de la abundancia que nuestra mente construye. Una ilusión óptica, por decir algo, porque nadie se imagina un paraíso donde va a pasarla aburrido con cosas que no le interesan.

Muchas veces nos concentramos en lo que supuestamente tenemos que dejar y no en lo efímero de nuestra existencia. Se nos olvida buscar el desarrollo personal.

Los faraones egipcios nos dejaron sus majestuosas tumbas —pirámides como monumento a su grandeza—. Pero los egipcios de a pie nos obsequiaron con sus conocimientos de hidrología, su filosofía, su cultura, sus bailes, su amor por los libros y su pasión por navegar, entre muchas otras cosas que descubrí mientras paseé por ese maravilloso país.

El YouTube incluye vistas que tomé en Egipto.

https://youtu.be/0ZECH-tWwAM

Que tenga un domingo amable.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar