La izquierda y la derecha, un pulso

Lorenzo Madrigal
14 de julio de 2019 - 10:08 p. m.

Se ha hecho cada vez más fuerte la atracción que ejercen estos dos polos en que se condensan las ideas políticas en el país. Pese a los innumerables partidos de garaje que aparecen cada día, aptos solamente para dar avales electorales, las dos fundamentales tendencias de siempre —las históricas— burbujean en lo más hondo de la política. Hay matices que justifican la diversidad, pero frente a grandes definiciones, las viejas posturas ideológicas, como dos bloques, se atrincheran cada una en su frente.

Hay, por ejemplo, afinidades muy poco disimuladas entre la izquierda militante (y aquí cabe un sinnúmero de facciones y rótulos) y la rebelión armada, hoy tenida por guerra de 50 años; por el lado opuesto, la autoridad y el respeto a la fuerza pública se conectan con la derecha política. Y también con posiciones moderadas del eterno centro.

Todo se ha convertido en una puja o pulso entre un extremo y el otro, y más que eso, en una succión por cada uno de los dos polos, de modo que quienes optan por el acatamiento a las normas por encima de resultados de eficacia rápida quedan situados en orillas de extrema derecha; y quienes en aras de la libertad y la amplitud de criterio asumen sus riesgos terminan siendo llevados a extremos que tampoco hubieran querido, colindantes con ejércitos violentos y criminales. Y no es justo.

Así, pues, críticos que fueron de la desmedida ambición de poder de Álvaro Uribe, de su reelección y de la que pretendió por segunda vez, ahora parecerían caer en su órbita por efectos de la polarización, muy a su pesar. Y esto ha sido para alejarse de lo que conduciría a un gobierno similar al de la vecindad oprobiosa. De igual manera, los que persistieron en el odio a Uribe —le hicieron y le hacen gavilla personalizada y de qué manera— terminan aceptando con disimulo los desafueros de una izquierda violenta, indultada con cero penas, mientras miran complacientes que en el otro extremo se aplican cárceles de 17 años. Así van las cosas.

No hay lugar para la duda o intermedios. Los que no toman una definición polarizada son llamados tibios o flojos de convicciones; lo que no les hace mella. En cuanto al Gobierno, se ve que ha preferido el tono conciliador y cabe apoyarlo hasta cierto punto o, como murmullan los abogados, con beneficio de inventario. Resultando más cómodo hacerle oposición.

***

La muerte de Enrique Gómez Hurtado, cuya longevidad nos aplazaba el dolor de ver hundirse una época, envía a la historia la última efigie del núcleo familiar de Laureano Gómez y quien más recordaba la expresión de su rostro. Se cierran muy densos años de la segunda mitad del siglo XX. No sólo al rostro, al indomable carácter de Enrique no parecían ablandarlo los años.

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