La labor titánica de hacer festivales

Columna del lector
14 de julio de 2019 - 10:08 p. m.

Por Norma Cuadros

La frase popular “por amor al arte” bien describe a quienes hemos decidido incursionar, con una idea fantasiosa y romántica, en el mundo del cine desde el otro lado de la cadena de valor de esta industria cada vez más poderosa e influyente.

Si bien poco se entiende y conoce sobre festivales en nuestro país, empezando por aquella poco útil diferenciación entre “muestra” y “festival”, y el real número de festivales que se hacen anualmente, lo que deberíamos tener claro es la relevancia y la necesidad de los festivales para que la producción de cine de un país tenga futuro y sea sostenible.

Esta es una discusión que tenemos en mora en nuestro país y que ha tomado fuerza dentro de los circuitos de festivales alrededor del mundo, especialmente en Latinoamérica, por la misma y tal vez única razón: la falta de financiación de estos espacios de exhibición de miles de películas que probablemente nunca llegarán a una sala de cine comercial o a las plataformas digitales.

En esa medida, es necesario reconocer que, así como el Ministerio de Cultura y Proimágenes han hecho una labor monumental con la Ley 814 para promover y estimular la producción nacional, estas entidades deben reconocer que es necesaria la creación de incentivos orientados a espacios que permitan la circulación del cine local para cumplir con el objetivo de formar públicos. El asunto es que la formación de públicos no pasa de la noche a la mañana y no va a pasar haciendo festivales precarios y de baja calidad por falta de recursos.

Tampoco ayuda el hecho de que los organizadores de festivales conciban estos espacios como gratuitos y sin obligaciones de reconocer los derechos de exhibición a los productores. ¿Cómo garantizamos la sostenibilidad si no somos capaces de reconocer el trabajo de los demás dentro de nuestro propio sector?

Claro, la falta de estímulos a esta parte del cine es sin duda definitiva; también lo es la visión de gratuidad que muchos quieren otorgarles a los festivales y, peor aún, la satanización a la generación de utilidades por parte de los organizadores de estos eventos. ¿Qué clase de industria no genera utilidades, debe ser gratuita y dependiente de los recursos del Estado?

Sin embargo, volvemos a esa relación entre el Estado y los artistas, en la que ambos han confiado sus mayores deseos y objetivos y que hoy no parece estar dando los mejores frutos, tal como vimos con Festiver de Barichara, a punto de cerrar por falta de recursos de la Gobernación.

Ahí es cuando se evidencia que el modelo debe ser replanteado y entendido desde una visión industrial y comercial, porque, queramos o no, los festivales son también espacios para la comercialización de contenidos, no solo para que las distribuidoras los compren, sino para que la gente consuma otro tipo de cine, otro tipo de historias, otros autores. Es ahí donde nuestro intento por tener una industria del cine está fallando y es ahí donde la Ley de Cine se ha quedado corta.

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