La ley del mico

Luis Carvajal Basto
08 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

El fracaso de la mala política, su pérdida de credibilidad e ineficacia, asociados a los niveles de corrupción a los que hemos llegado, exigen una verdadera reforma, antes de que por “fuerza de gravedad” se genere una ruptura que nos puede llevar a salidas desesperadas. El más importante reto del cambio en las reglas que hace trámite en el Congreso consiste en desandar el camino de las “reformas” anteriores que nos trajeron hasta el calamitoso estado de cosas en que nos encontramos. En ellas reinaron los micos.

Todo indica que, por fin, tendremos listas cerradas y el Consejo Nacional Electoral, o la entidad que lo reemplace, recuperará su independencia y dejará de ser un organismo subordinado a unos partidos convertidos en sindicatos de congresistas. Con la financiación estatal de las campañas, estos tres elementos constituyen el eje de la actual propuesta. Estamos esperanzados.

Las reformas realizadas en lo que va del milenio anduvieron por las ramas y generaron cambios, digamos, formales en las reglas de juego que solo sirvieron para acentuar los problemas. Medidas como la reelección presidencial, la reglamentación del cambio de partidos o institucionalización del voltiarepismo, y la ley de bancadas sirvieron como “adornos” o distractores de lo que ocurría en el fondo: la captura de la política por parte de contratistas y mafias que financiaron candidatos para cobrar favores pagados con los presupuestos públicos. Siendo grave en el Congreso y en el nivel nacional, en las entidades territoriales es peor. “Feudos podridos” los ha bautizado, con sentido, el exalcalde Jaime Castro. ¿Se debe premiar este desastre alargando sus periodos, como sugiere el mico?

Lo que ocurre en las regiones recuerda que la reforma política debe integrarse a la del régimen de contratación. ¿Serán suficientes los pliegos tipo? La veeduría ciudadana en la gestión puede ser incorporada hoy, gracias a la tecnología, de una manera sencilla mediante el uso de aplicaciones.

Resulta por lo menos irónico que quienes abanderaron y promovieron las “reformas” anteriores ahora cambien, cual camaleones, de color; renieguen de sus partidos, luego de ayudar a destruirlos, y quieran presentarse como salvadores, mientras, en realidad, son expertos solo en micos.

Las listas cerradas son el comienzo de la solución, pero la reforma debe incorporar mecanismos para garantizar que un modelo perverso no se traslade a los partidos haciendo necesaria su verdadera democratización. Los congresistas son actores fundamentales pero no “dueños” de los partidos. Millones de colombianos, la gran opinión, lo que se nota más en los centros urbanos, se han divorciado de los partidos tradicionales como consecuencia de ello. La reforma debe garantizar nuevas formas de expresión ciudadana en su interior.

Más que el voto electrónico, al ajuste le corresponde reconocer la realidad digital que debe insertarse en el funcionamiento de los partidos y también en las consultas ciudadanas como una forma legítima de participación. Resulta difícil entender que se encuentre tan presente en nuestras vidas; en la economía y los negocios, en la cultura y la medicina, por ejemplo, pero no en la política.

También debe ser reglamentada la doble vuelta en elecciones de gobernadores y alcaldes de las capitales, comenzando por Bogotá. Facilita la gobernabilidad; otorga legitimidad a las decisiones y a la gestión pública, con las limitaciones y abusos que se desprenden. ¿Prolongar los periodos, como propuso el mico, a gobiernos elegidos por minorías?

El lastre que arrastra la política colombiana no es fácil de remover. Necesitamos cambios profundos que, desarrollando principios constitucionales, rompan la tendencia de las reformas –maquillaje– en las que ha gobernado, en realidad, el mico. Si en esta ocasión hacemos lo mismo, no podemos esperar resultados diferentes.

@herejesyluis

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