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La lucha anhelante por la inmunidad

Eduardo Barajas Sandoval
01 de septiembre de 2020 - 05:01 a. m.

Como cualquier especie en defensa de su vida, la humana anda ahora buscando, en una vacuna, la forma de sobrevivir a la amenaza del Covid 19; nombre insípido para el asesino en serie más célebre y universal del último siglo.

Desde el momento mismo de apelar a la medida elemental y legendaria de esconder a la población, como se ha hecho desde épocas inmemoriales, se abrigó la esperanza de que una vacuna se convertiría en la única medida, radical y eficiente, para detener la marcha devastadora de un contagio que volvió pedazos las diferencias sociales y las fronteras nacionales.

Entretanto, como demostración de que el mundo está comunicado como nunca, la expansión del virus ha cambiado el paisaje de manera tal que el tapabocas se volvió símbolo del género humano y parte del atuendo en cualquier rincón del planeta. Al punto que no llevarlo es una especie de contravención contra la seguridad común. Todos a la defensiva.

El tiempo que transcurra entre el momento en que la vacuna se hizo necesaria y la fecha en la que estaría disponible, se ha convertido en problema mundial. Pero, ante el reto de conseguirla, no existen atajos que lleven a soluciones inmediatas. En ocasiones, la obtención de una vacuna ha tardado más de una década, como sucedió con la del Virus del Papiloma Humano. En otras, como en el caso del SIDA, son ya casi cuatro décadas de búsqueda infructuosa.

La competencia, en todo caso, está abierta, todos contra todos, para hacerle frente a un enemigo común. Allí están compañías farmacéuticas de aquellas que muchos odian, hasta que reconocen que de su trabajo puede depender la salvación de la gente, centros de investigación, universidades y, claro, los Estados como entes políticos con responsabilidades sociales.

Se ha sabido que hay 170 equipos en busca de una vacuna segura y efectiva. De ellos, 139 se hallan en la etapa “preclínica”, esto es ensayando los principios activos en laboratorios, o con animales, antes de lanzarse a tocar seres humanos. De los que se encuentran en fases clínicas, veinticinco están en fase 1, con pruebas en pocas decenas de personas, para buscar los primeros indicios de la capacidad de obtener una respuesta inmune, tolerable y segura.

Quince se hallan en fase 2, con mucha más gente inoculada, representativa de un grupo humano más amplio, para establecer dosis y esquemas ideales para producir inmunidad, y también para evaluar posibles eventos adversos. Siete, no más, se encuentran en fase 3, comparando los efectos de la vacuna en miles de personas, representativas de las complejidades de la población mundial, a fin de establecer la eficacia definitiva del invento.

Desde el punto de vista político y propagandístico, todas las 170 se auto consideran finalistas. Desde el punto de vista científico, y del rigor internacionalmente reconocido, el pelotón puntero no pasa de 10. Sputnik, la vacuna rusa, no ha sido incluida por los “calificadores” occidentales, pues se estima que mal habría podido en tan corto tiempo cumplir con los requisitos acostumbrados. Menosprecio que podría estar equivocado, vaya uno a saber, y en todo caso oportunidad política de reprochar una presumible gana de figuración en el podio.

El panorama no puede ser más representativo del mundo. Además de la competencia entre compañías que se la pasan en eso, la competencia involucra centros de investigación y gobiernos, que han orientado su diplomacia hacia negociaciones sui géneris, y lobby en busca del favor de los eventuales productores. Todo tipo de alianzas y anuncios que ponen en ascuas a millones de personas que siguen algo así como un juego de fútbol con numerosos balones.

Detrás de todo, no deja de quedar palpable, otra vez, la división del mundo entre quienes tienen capacidad científica consolidada, quienes quieren tenerla, quienes dicen tenerla, y quienes simplemente están condenados a mirar el espectáculo. Otra muestra de una desigualdad internacional que estamos lejos de corregir, y que, por el contrario, se va a acentuar precisamente cuando se abra el mercado de las vacunas disponibles.

La institucionalidad internacional ha sido desbordada. La OMS se quedó por allá dando palos de ciego y solamente le creen quienes necesitan referentes formales. El Secretario General de las Naciones Unidas parece que estuviera en receso, pues su voz no se alcanza a escuchar, y si dice algo, no parece tener respaldo ni prestigio para despertar el interés de nadie. Qué pena. Mientras los sistemas de salud de todo el mundo luchan contra la adversidad, con personal de salud heroico, del que muchos se van a olvidar cuando queden inmunes.

Mientras tanto, hay comunicadores que no paran de hablar, mientras hurgan a los gobiernos para que les cuenten los secretos de sus negociaciones con otros, o con las compañías privadas, para dar, como cosa rara, buenas noticias. Y el público en general se debate entre los altibajos de locura de farmaceutas y epidemiólogos improvisados y los llamados de los antivacunas, que no se sabe desde qué posición, y con qué argumentos, se opondrán al nuevo “atropello” que la vacuna significa para sus estándares.

Para no hablar de las teorías conspirativas, de las que son víctimas, como de costumbre, tantos incautos convencidos de que los ciento setenta concursantes en busca de la vacuna correrán a hacerle caso a quien tenga interés en inocular con ella unos “chips” misteriosos y nanométricos, que “convertirán a millones de seres humanos en esclavos” de algún magnate obsesivo y despiadado.

Más temprano que tarde llegará la vacuna. Habrá vencedores que obtendrán los beneficios propios de las medallas del concurso. Su capacidad científica reclamará reconocimiento y nuevos negocios. Los gobiernos tratarán, una vez más, de sacar provecho; para eso están dirigidos por políticos. Habrá recriminaciones, a posteriori, por lo que se hizo o se dejó de hacer. Y no faltarán, en el ancho mundo, los corruptos que saquen ventaja de la situación, antes de que se pierda para siempre la oportunidad que les abrió la pandemia.

Sea como sea, a la humanidad le conviene que por algún lado aparezca una vacuna confiable. Que los gobiernos se apuren a repartirla entre quienes la quieran aceptar. Que se cierre este paréntesis que ha puesto al mundo entero en cuarentena, después de la cual tenemos la obligación de ser optimistas en cuanto a un futuro en el que, tras haber probado limitaciones que ahora han sido de otros, se fortalezca la solidaridad que ha de surgir de la comprobación fehaciente de que, ante la adversidad, todos somos iguales.

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