Pazaporte

La luz de los pilos

Gloria Arias Nieto
18 de septiembre de 2018 - 05:00 a. m.

Paola será neurocirujana. Cada día descubre nuevos caminos para relacionarse con la ciencia y el conocimiento. Está en octavo semestre de Medicina, y es una de los 40.000 jóvenes a quienes Ser Pilo Paga (SPP) les cambió la vida.

Se graduó a los 16 años en la Normal Superior Francisco de Paula Santander, en Málaga; llegó a Bogotá con la inteligencia dispuesta y la vocación segura; trajo una cama de madera hecha por los abuelos, una tarjeta de identidad que le robaron el día que llegó a la capital y un montón de sueños que ya está haciendo realidad.

Se instaló en el cuarto piso de un inquilinato de esquina redonda, en el centro de la ciudad. Estufa, escaleras y paredes estaban llenas de años y remiendos. Pero puro frente a su ventana —imponente y cercano— se veía Monserrate. Paola hizo suyos el cerro y el sol. No necesitaba más, y así empezó.

En estos cuatro años de formación médica, ha aprendido —además— inglés, francés y portugués; se vinculó a los grupos de trabajo en epidemiología y sustancias psicoactivas. Desarrolla actividades de voluntariado con pacientes hospitalizados, y lleva un promedio de cuatro en las materias clínicas. A estas alturas, no sé a quién le ha convenido más el programa: si a Paola o a sus compañeros de aula y hospital. Ese aprendizaje circular, intercultural e incluyente, puede ser la mejor lección para unos y otros en sus años uniandinos.

SPP no es la respuesta única ni perfecta para la inequidad que ahoga a Colombia. Pero es real, estimula el rendimiento académico, la producción intelectual, y contribuye de manera significativa al cierre de brechas sociales.

Además, no es cierto que el programa esté descapitalizando la educación pública. Los fondos son diferentes, así como el destino y los orígenes de los recursos. Si la mortificación es que se esté enriqueciendo a instituciones privadas, sería mejor preguntarse por qué los estudiantes prefieren matricularse en unas u otras universidades. El programa no le está quitando fuerza a la educación pública: le está quitando fuerza a la educación mediocre. Eso es distinto y loable.

No es el sector que las rige, sino la pertinencia de las carreras y la calidad de las universidades, lo que más debería importarnos. Una escuela no es ni buena ni mala por ser pública o privada, sino por el nivel de su comunidad; por el proyecto pedagógico que la orienta, y por el criterio ciudadano que sea capaz de forjar; es el engranaje entre conocimiento, ética, investigación y conciencia lo que puede transformar a Colombia.

De seguro SPP necesita revisiones y algunos cambios que garanticen su ampliación y sostenibilidad. Bien. Pero una cosa es mejorar y otra sepultar. Lo primero será un acto inteligente, financiero y creativo, que ayudará a cumplir las metas de construir una sociedad más lógica, más viable y humana; lo segundo, sería un doloroso reverso, un portazo en la cara de miles de estudiantes brillantes que encontraron en el programa su camino al futuro.

Por favor, no apaguen la luz de los pilos. No son las revoluciones armadas, ni las guerras de capitales, de razas, sexos o religiones, las llamadas a tumbar los muros que levanta la injusticia social. Es la revolución del conocimiento ético, solidario y accesible, la que permitirá convertirnos en un mejor país.

ariasgloria@hotmail.com

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