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La marcha

Armando Montenegro
13 de febrero de 2008 - 09:20 p. m.

El lunes pasado marcharon contra las Farc multitudes nunca antes vistas en las ciudades de Colombia, con réplicas en todo el mundo. Pero en realidad, ¿para qué sirvió la marcha?

Varios observadores piensan que las marchas, con sus camisetas, himnos y emociones, no sirven para nada. Antonio Caballero, por ejemplo, señaló que “marchen, o no marchen. Da igual”. Dicen que por ellas las Farc no dejarán de secuestrar, encadenar y administrar sus campos de concentración. Añaden que sus jefes se inventarán la forma de descalificar a los participantes: dirán que fueron manipulados, que sirven al gobierno, que no representan los verdaderos intereses del pueblo. Y seguirán en lo mismo.

Aunque resulte cierto que la marcha del lunes pasado no cambiará el comportamiento de las Farc, sí arroja un balance positivo.

Constituyó un mensaje contundente a todo el mundo de que los colombianos, en forma abrumadora, rechazan a las Farc. Quienes en el exterior pudieran dudar de las explicaciones oficiales o de la validez de las encuestas que hablan de una gran impopularidad de la guerrilla, recibieron ahora un mensaje incuestionable: la enorme mayoría de los colombianos detesta y reprueba a las Farc.

En la marcha se produjo la convergencia de numerosos partidos políticos, sectores sociales, dirigentes y personas diversas, unos en la oposición, otros en el Gobierno, con distintas visiones sobre el futuro del país, alrededor de unos principios éticos fundamentales de rechazo a la violencia y de defensa de los derechos humanos. Ésta fue una prueba de la creciente madurez de la sociedad colombiana.

Otro beneficio de la marcha fue el debate que generó dentro del Polo, un proceso necesario para su maduración. Mientras que algunos de sus dirigentes, los más sintonizados con las mayorías del país, marcharon contra las Farc, otros se enredaron en un mar de palabras y comunicados incoherentes que no pudieron ocultar su dificultad para rechazar las infamias de este grupo guerrillero. Si este partido quiere seguir unido, tarde o temprano tendrá que decidir si condena o no a la guerrilla, sin matices ni eufemismos. Sus sectores más reaccionarios deberían tener en cuenta las palabras de Hernando Gómez Buendía a raíz de la marcha: “Si la izquierda aspira a convertirse en opción de poder, tendrá que oponerse a las Farc con tanta fuerza como lo hace Uribe”, entre otras cosas porque “quien más daño ha sufrido y sufre de la Farc no es la derecha. Es la izquierda”.

La marcha también puede tener un efecto sobre algunos simpatizantes de la guerrilla. Aunque seguramente no hará mella sobre sus comandantes, es imposible que algunos de sus colaboradores de las zonas urbanas no puedan comprender la dimensión del rechazo popular a las Farc. Deben darse cuenta de que existe una relación directa entre la crueldad de los campos de concentración, el dolor y la humillación de los secuestrados y la reprobación multitudinaria a estos procedimientos brutales. Quienes todavía no están enceguecidos por la ideología y el fanatismo tendrán que aceptar que la causa de la guerrilla es moral y éticamente despreciable; que degrada a quienes la practican y a quienes la apoyan.

 La marcha, por último, fue una prueba de la vitalidad de los jóvenes, por fuera de los marcos convencionales de movilización social. Fue, además, una manifestación de las posibilidades de internet para la convocatoria y la organización, rápida y masiva, de millones de personas en todas partes del mundo. Los activos internautas mostraron que hay un país pujante, dinámico, que quiere participar y que no se siente interpretado por el lenguaje pesado y lento de las instituciones tradicionales, que es capaz de tomar la iniciativa para manifestarse de forma tan contundente como lo hizo el lunes pasado.

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