Notas al vuelo

La marea hambrienta

Gonzalo Silva Rivas
27 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

La mayor amenaza del cambio climático está en el mar y se cierne sobre más de una docena de países, cuyas costas las viene engullendo el agua. En la mesa de ese banquete están servidos los Estados Federados de Micronesia, las Islas Marshall, Maldivas, Toga, Barbados y otras islas de las Antillas y el Pacífico norte, que desde 2016 sufren las consecuencias de la ininterrumpida racha de récords en temperatura que ha tenido el planeta, causada por la presencia, cada vez más frecuente, de los fenómenos meteorológicos.

Su más reciente víctima fue ese valioso y frágil patrimonio histórico italiano de Venecia, que acaba de padecer una sucesión de altas mareas, comparables con las del brumoso noviembre de 1996 cuando sobre la ciudad cayeron precipitaciones que alcanzaron el nivel alarmante de los 187 centímetros de altura. Hacía medio siglo que la peculiar localidad italiana, acostumbrada al golpe de las mareas, no recibía tanto castigo del cielo, azotada por copiosas y apocalípticas lluvias que repitieron la vieja historia.

Las condiciones propias de su localización la hacen proclive a las inclementes subidas de nivel del mar, un fenómeno existente desde tiempos remotos, común en las épocas de invierno y primavera, pero cada vez más recurrente y peligroso. La romántica capital de la región véneta está situada en la laguna de Venecia, al norte del mar Adriático, y reposa sobre un archipiélago de 118 pequeñas islas, hoy en día enlazadas por 455 puentes, incluyendo los que cruzan con las vecinas Murano y Burano.

Se trata de una ciudad atípica, en cuyo interior no circula tráfico rodado. A excepción de los canales que se entrecruzan y permiten la navegación de transbordadoras conocidas como vaporetos -en las que se ofrece el transporte colectivo- es una urbe exclusivamente peatonal. Una particularidad que la hace única en el mundo y la convierte en un excepcional destino turístico.

Por donde se le mire irradia el atractivo de un imán. El grato sabor en la boca arranca desde el paseo en góndola, zigzagueando entre sus canales al ritmo de populares canciones italianas interpretadas por músicos locales, y se descubre en calles, plazas y monumentos desgranados por su centro histórico. Son retazos del rancio patrimonio europeo, la Plaza de San Marcos, con su soberbio Palacio Ducal y la concurrida Basílica de San Marco; la Scala Contarini del Bovolo, ejemplo del gótico veneciano, el teatro de La Fenice y su imponente fachada, así como sus templos y aquel laberinto de callejuelas que bordean sus edificios heredados.

Venecia cuenta con escasos 50 mil habitantes, pero el último año recibió treinta millones de turistas, fascinados por la dulce borrachera que produce la belleza y originalidad de la ciudad, a la que alguna vez Truman Capote asimilara con la tentadora experiencia que tendría comerse de golpe una caja entera de bombones de licor.

Aunque la masiva presencia de visitantes, unos 84 mil al día, no solo ha sido responsable del destierro de las dos terceras partes de los nativos que habitaban en los años cincuenta del siglo pasado, sino que se ha convertido en problema vital para la supervivencia de esta singular joya, patrimonio de la humanidad, el cambio climático hoy viene a ser su más implacable enemigo. El nivel medio de los mares ha subido 25 cm desde mediados del siglo XIX, un tercio de ellos en los últimos 20 años, y la frecuencia del fenómeno, con mareas cada vez más intimidantes, ponen a Venecia, inmersa y rodeada de agua, en latente situación de riesgo. Pruebas paleoclimáticas vaticinan que la ciudad de los románticos canales podría desaparecer de aquí a 2100, si las aguas del Mediterráneo, como se proyecta, le suman 140 mm adicionales a su altura actual.

El aumento del nivel del mar causado por el cambio climático seguirá teniendo una influencia considerable en las mareas por el mundo. El siglo pasado el mar aumentaba a un promedio de 1,7 mm por año, pero en la actualidad el ritmo de crecimiento se estima en 3,2 mm anual. Y entre mayor calentamiento terrestre, provocado, entre otros factores, por las emisiones de los turistas, más habituales y extremas serán las inundaciones.

Venecia, La Serenísima, sin embargo, empieza a respirar y a liberarse de las aguas que anegaron su patrimonio artístico y cultural, y poco a poco recobra la normalidad. La pérdidas causadas por la histórica subida de las últimas mareas se acercan a los mil millones de euros y han revivido los

debates sobre un megaproyecto de 78 diques flotantes que protegerían la cuenca, y que avanza a cuenta gotas desde 2003, envuelto por problemas de corrupción y politiquería, tan parecidos a los de estos trópicos.

El creciente aumento del nivel del mar tarde o temprano sumergirá ciudades costeras e islas con poco o ningún relieve orográfico, si no se le pone freno a las crecientes emisiones humanas de los gases de efecto invernadero ni se toman medidas contundentes contra el cambio climático. Millones de personas serán expulsadas de sus hogares por culpa de la marea hambrienta, como tituló Amitav Ghosh su excepcional novela sobre el delta del Ganges, donde el fenómeno se ha devorado pequeñas islas turísticas.

Ahora, la advertencia recae sobre Venecia, paraíso que merece devorarse como si fuera una caja de bombones con licor… pero, en ciertas épocas, con el agua al cuello.

Posdata. Según el Atlas Oceánico de Naciones Unidas, alrededor del 40% de la población mundial vive en zonas costeras, y naciones como China, Vietnam, Japón, India, Países Bajos y algunos en América, suman decenas de millones de ciudadanos en riesgo por habitar en lugares vulnerables a crecidas, inundaciones y erosión provocadas por el cambio en los niveles del mar.

gsilvarivas@gmail.com

@Gsilvar5

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