El 16 de marzo, ocho personas murieron en una masacre en Atlanta, Estados Unidos. Seis de las víctimas asesinadas eran mujeres asiático-estadounidenses que trabajaban en establecimientos de masajes. La policía arrestó a Robert Aaron Long, de 21 años, uno más en la larga lista de hombres blancos armados que han realizado masacres en ese país en los últimos años. Long le dijo a la policía que lo hizo porque estaba “enojado con la industria del porno” y que quería “eliminar” el negocio de masajes porque tiene una “adicción sexual”. El agresor insistió en que la masacre no estuvo motivada por el odio racial, pero es evidente que sí.
La discriminación contra los y las asiático-estadounidenses tiene raíces en el siglo XIX, cuando se sacó una ley de exclusión a personas chinas en 1882. Por ese entonces se publicaba propaganda en donde el “Tío Sam” las expulsaba a patadas. Tampoco es la primera vez que en Estados Unidos se asocia, equivocadamente, alguna enfermedad con los y las asiatico-estadounideses: cuando hubo brotes de viruela en 1875 en San Francisco, se dijo que era debido a la “insalubridad” de Chinatown. Luego, cuando llegaron casos de la peste bubónica en 1900, la ciudad trató de poner en cuarentena a 14.000 estadounidenses de ascendencia china, enviándolos a un campo de detención. Una sentencia judicial lo previno.
Hoy, a pesar de que también se cree que la comunidad asiático-estadounidense es una especie de “minoría modelo”, un estereotipo no menos deshumanizante que habla de personas muy disciplinadas y estudiosas, la discriminación racial se ha recrudecido. Con la llegada del coronavirus y las insistentes declaraciones de Trump donde lo llamaba “el virus chino” o “el virus asiático”, la violencia racista contra esta comunidad se ha hecho más frecuente: según la BBC, “entre marzo y diciembre de 2020 se reportaron 2.808 denuncias en el país, de las cuales el 8,7 % involucraron agresiones físicas y el 71 % incluyeron acoso verbal”.
De otro lado, el ataque estuvo motivado, una vez más, por la misoginia de un hombre blanco. Las mujeres asiático-estadounidenses son constantemente fetichizadas y sigue siendo predominante el estereotipo que las pinta como hipersexuales, serviciales y sumisas. Esta última es una construcción que tiene todo que ver con las guerras de EE. UU. con Vietnam y Japón, en donde el ejército estadounidense usó la violencia sexual como arma de guerra para colonizar territorios. La académica Celine Parreñas Shimizu señaló en Vox que la exotización de las mujeres de origen asiático se reafirma en la cultura, con obras como La buena mujer de Szechwan (1943), Madame Butterfly (1904) o Miss Saigón (1989): todas muestran mujeres que se enamoran perdidamente de un hombre blanco y ponen su bienestar primero que el propio. Es muy llamativo, además, que el agresor no tenga empacho en decir que su ataque era “contra el porno”, pues también estuvo motivado por el estigma contra el trabajo sexual, que marginaliza a las mujeres que trabajan en la industria. Y no es casualidad que estos estereotipos no han escatimado en pintar a las mujeres asiático-estadounidenses como trabajadores sexuales versadas en exóticos trucos para dar placer.
En la masacre de Atlanta confluyen prejuicios racistas y machistas, y es un testimonio de la crisis de xenofobia y derechos de las mujeres que se vive a nivel global. Porque estas intersecciones de racismo y xenofobia no se limitan a Estados Unidos, también se han dado en todo el mundo y en Latinoamérica. En Baja California, la historiadora Yuriko Valdez cuenta que a los habituales comentarios de tipo “los chinos comen ratas y perros”, se unieron los de “chinos cochinos” o “nos van a contagiar”. Los efectos de la herencia colonial van más allá de una subordinación con respecto a Europa, porque implican la subyugación de las mujeres y de las personas racializadas. ¿Cómo se ha relacionado América Latina con los países asiáticos? Con una combinación de reverencia, miedo, admiración y asco, y es urgente que hablemos de estas formas de discriminación en nuestras conversaciones sobre raza, para no reproducir los violentos modelos coloniales.