Publicidad

La modernidad sin horizontes

Julián López de Mesa Samudio
07 de enero de 2010 - 02:00 a. m.

DURANTE BUENA PARTE DE MI INfancia viví en Zipaquirá. Empero, mi rutina cotidiana se desarrollaba mayoritariamente en Bogotá, por lo que casi a diario debía hacer el recorrido entre las dos ciudades.

Los paisajes de mi niñez, aquellos idílicos horizontes que sirven de telón de fondo de las evocaciones más entrañables de nuestro pasado son, en mi caso, los panoramas que veía todos los días desde la ventanilla del auto o del bus. La ruta Bogotá-Zipaquirá se ha convertido en una parte importante de mi pasado y, si se me permite, en un reflejo del pasado y el presente de nuestro país.

Este fin de semana que pasó, tuve la fortuna de visitar Zipaquirá sin afanes, sin compromisos, sin un propósito definido; tuve la rara posibilidad de pasear (que no es algo distinto que un viaje que se sale de la cotidianidad y en el cual todo, los horarios, los sitios a visitar, los métodos de locomoción, etcétera, son a lo sumo difusos —cuando no del todo improvisados—). Este tipo de viajes son cada vez más raros en el mundo contemporáneo, pues éste nos exige una mayor planeación de nuestro tiempo y, por lo mismo ocuparlo, aún durante las vacaciones, de una manera eficiente; se ha vuelto un imperativo estar atareado a toda hora. Un paseo es sobre todo una anómala oportunidad para pensar, para percatarse del entorno en el que se vive y, ulteriormente, es un tiempo y un espacio de reflexión personal. En este paseo me di cuenta de que todo había cambiado dramáticamente. Hemos olvidado la capacidad de ser testigos de lo que sucede a nuestro alrededor, preocupados siempre por llegar rápido, por alcanzar “metas”.

Hasta hace no mucho, la sinuosa carretera tenía tan sólo un carril de ida y otro de vuelta. Hoy la vía es de dos, tres y hasta cinco calzadas (entrando a Bogotá) y el viaje, que duraba entre cuarenta y cinco minutos a una hora, ahora se hace en veinte minutos. De niño, el trayecto se sentía tan largo y tortuoso que uno no tenía más remedio que familiarizarse con la geografía circundante haciendo de cada monte, cada campo, cada floresta, cada cruz de curva, cada restaurante del camino, no sólo un mojón que marcaba el curso recorrido, sino también un compañero de viaje que alimentaba la imaginación infantil. Este paisaje también se percibía como algo distante y aún salvaje, campesino y bucólico, misterioso y, por lo mismo, sagrado. En los campos feraces salpicados de tréboles y dientes de león pastaba un ganado sin mucho pedigrí y, salvo por las ocasionales ventas a la vera del camino o algunas casas campesinas al pie de las colinas, todo parecía natural, esto es, sin mayor contacto humano. Antaño se iba más despacio; no solamente por las limitantes y estrecheces de la carretera sino también porque los autos eran más lentos; se iba más despacio porque el tiempo del recorrido obligaba a parar, necesariamente, un par de veces; porque la carretera entraba a los pueblos lo que no sólo ralentizaba el desplazamiento, sino que también nos ponía en directo contacto con gentes y experiencias distintas.

Llegando a Zipaquirá fui superado a toda velocidad por una moderna camioneta que seguía la misma ruta que yo. Como iba de paseo miré en su interior mientras me rebasaba. Una familia, padre, madre y dos hijos iban también de paseo. El conductor y el copiloto iban silenciosos, con la mirada clavada frente a sí, pendientes de la carretera. Atrás, los dos niños firmemente atados a sus asientos por confiables cinturones de seguridad, miraban embelesados el espaldar de los asientos de sus padres donde se hallaban empotradas dos pantallas de televisión en las que alcancé a ver dibujos animados.

Al parecer, ya no podemos estar en un lugar distinto al que carcome nuestros días; antes pasábamos lentamente por otros. Ahora simplemente vamos sin pasar por ningún lugar. Prolongamos nuestra ciudad a nuestros sitios de escape como una sombra que nos abraza con su soliloquio monótono.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar