Pilín era un perrito común y corriente sin pedigrí alguno. Incluso hay quienes equivocadamente lo han considerado una “chanda”, calificativo despectivo para referirse a esos animalitos callejeros sin Dios ni dueño que pululan por todas partes vagabundeando, asaltando tarros de basura —sobre todo de los restaurantes— y durmiendo donde les coge la noche.
Sin embargo, Pilín fue adoptado por una familia que lo cuidaba, lo mimaba, lo alimentaba y lo volvió parte de su vida, rescatándolo de ese mundo callejero en donde habría tenido, seguramente, mejor suerte que la que le tocó padecer en su natal Palmira.
Un día de la semana pasada, un mozalbete cualquiera decidió “jugar” con él al tiro al blanco y fue así como lo impactó con un balín —de esos que dicen son inofensivos—. Pilín murió víctima de un balín o, mejor, de un balinazo.
La reacción en Palmira entera no se hizo esperar y tal crimen desató una protesta inusitada, condenando su muerte, clamando justicia y exigiendo que el autor de tan execrable asesinato fuera desenmascarado y exhibido al público sediento de venganza.
Mas ello no fue posible porque el perricida no apareció y se escondió en su casa, pues hasta allá llegó una turba enardecida conminando al responsable a que diera la cara, pero al no conseguirlo apedrearon —y con qué rocas— su vivienda.
Si no hubiera aparecido la policía, que en este caso no se demoró en llegar, hasta candela le habrían metido a esa morada en un acto sin precedentes que ha dividido a los cotudos, diré palmiranos. De ellos sabía que son buenos para el bochinche, pero no para echar piedras reclamando justicia por la muerte de un mísero can.
Hasta el alcalde de la Villa de las Palmas hubo de salir a dar explicaciones y a condenar el crimen y el vandalismo de lo que se convirtió en una noticia que le dio la vuelta al mundillo de los protectores de animales; incluso un canal internacional se ocupó del asunto. Sabido es que cuando un perro muerde a un hombre no es noticia, pero cuando un hombre muerde a un perro sí lo es...