La muerte de una nación

Hernando Gómez Buendía
10 de diciembre de 2017 - 04:35 a. m.

El Estado de Israel se creó para asegurar la supervivencia del pueblo judío, pero su creación inevitablemente implicaba la desaparición del pueblo palestino.

En efecto: enredados por su mala conciencia con los judíos —y con los árabes—, los ganadores de la II Guerra Mundial hicieron una absurda partición del territorio palestino y crearon un Israel enano, fragmentado e imposible.

Para poder subsistir, Israel tenía que expandirse. Y es lo que ha hecho en guerras sucesivas: su territorio actual es 54,9 % mayor que el de 1948, mientras que Palestina ha perdido el 53,4 % de lo que le asignaron.

Esto sin contar los asentamientos ilegales en el 42 % de Cisjordania, ni la anexión de Jerusalén oriental en 1980 (la que ahora legitima Trump en otro golpe mortal contra los palestinos).

Esa expansión ha conllevado un círculo trágico de ocupación militar por parte de Israel y terrorismo de los palestinos que no tienen otras armas (salvo las piedras que usaron jóvenes y niños durante los alzamientos o “intifadas” de 1987 y el año 2000). El saldo han sido 3.791 israelíes muertos por el terrorismo y 91.105 palestinos muertos por el ejército israelí.

Aunque Israel es y se precia de ser una democracia, también es un Estado agresor y opresor. Al crearse el Estado fueron expulsados 711.000 palestinos, o el 75 % de los árabes que vivían “del lado equivocado”. Sus descendientes son hoy más de cinco millones, de los cuales 1,5 siguen estando en campamentos para refugiados: estos cinco millones son la nación en diáspora, que ya no volverá.

Los otros 4,5 millones de palestinos viven en Cisjordania y la Franja de Gaza, que desde 1948 fueron entregados a Jordán y Egipto, y desde 1967 han sido ocupados por Israel.

Un muro de 708 kilómetros separa a Cisjordania de Israel (y de Jerusalén), mientras que Gaza es conocida como “la mayor prisión del mundo”, con 1,5 millones de personas apeñuscadas en unas pocas manzanas de edificios maltrechos por tres operativos militares, un desempleo juvenil del 58 %, y un 80 % de la población viviendo de la caridad internacional.

Completamente bloqueada desde 2014, la situación humanitaria de Gaza es una bofetada para la humanidad. Junto con los refugiados, el robo continuado de la tierra en Cisjordania para viviendas judías, un ingreso per cápita 20 veces menor que el de Israel, la humillación de un apartheid policial y la pérdida ahora más cercana de su ciudad capital, el “Estado observador” que la ONU admitió en 2011 no es más que la manera vergonzante de tapar una vergüenza que nadie puede tapar.

El círculo vicioso se mantendrá mientras la opresión engendre el riesgo de terrorismo y el riesgo de terrorismo engrede más opresión.

Se mantendrá hasta que el pueblo palestino haya dejado de ser un pueblo.

Y Estados Unidos, el supuesto “mediador” que nunca ha sido imparcial, acaba de dar un paso para acabar de enterrar a un “Estado” sin Ejército, sin vías y ahora sin capital.

* Director de la revista digital Razón Pública.

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