La muerte del justo

Lorenzo Madrigal
30 de agosto de 2015 - 09:13 p. m.

COLGABA EN LAS CASAS ANTIGUAS Y aún se ve en las que se están desmoronando, un cuadro en aguafuerte, que lleva por título: La muerte del justo.

Está compuesto por los siguientes elementos: un enfermo terminal, su brazo caído señalando el suelo; sábanas blancas; al lado izquierdo del lecho, un ángel hace el sepulcral gesto del silencio; se ve al cura, con el bonete bien puesto (no el de las telenovelas), una mujer que llora desconsolada, niños y por una puerta al fondo se aleja Lucifer, oscuro, cornudo y derrotado, si bien no portando aún sobre sus espaldas (no era la época) el emblema del C. T. I.

En la realidad de hoy, un religioso fallece, ignoto en la intimidad de su celda, y es descubierto en los albores del día, “rodando por el suelo” (Hernández, siempre Hernández), mientras se aprestaba a las labores de la jornada.

El presuroso Estado, donde no hay sospechas sino santidad elocuente, acude a sellar el cubículo y a demorar para los rezos y los deudos la entrega del raptado cuerpo, entre trámites, papeleo, sellos y contradicciones internas. Los familiares recorren con lágrimas las depreciables dependencias de la Fiscalía (distintas de las del elegante bunker). Yacen indigentes, bellas mujeres lucen pulseras que, viéndolas mejor, son esposas de presidiarias. Se exige fila donde vistosos letreros dejan en claro que a los fallecidos no se les obliga esperar turno. De hecho ya les ha llegado el suyo, como nos llegará a todos los demás mortales, incluyendo funcionarios y adormilados agentes del orden, aunque aquello mal puede llamarse orden.

A los dos días de criminal trámite es entregado el cuerpo, tan llorado por los suyos como vulnerado por el Estado en su derecho más humano, el de la dignidad de la muerte. Compañeros del retiro religioso, a una con dos o tres familiares cercanos han orado ya por el alma del desaparecido, pocos minutos antes de que la dependencia oficial lo secuestrara, aherrojado entre los ultimados de la nefanda noche. Allí en ese coche, donde triunfa la muerte (de Brueghel) viajan los despojos amigos y hermanos, de quien prefirió desde joven ser ignorado y tratado como loco y humillado; en esta ocasión, llevado por carceleros de última hora, y en frase ignaciana, “como entre brutos animales”.

***

El indescriptible dolor familiar de estos días me ha apartado de mis labores de periodismo crítico, que sin petulancia ejerzo, precisamente cuando el dolor de patria se acendra por el infame trato de Venezuela a Colombia y la pasividad de nuestros mayores dirigentes, tanto en la Presidencia de la República como en la Cancillería de San Carlos.

No hay quien defienda el modo republicano y de libertades públicas escogido por el pueblo colombiano, salvo estos débiles guardianes de la que llamó Eduardo Santos “la heredad”.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar