La nairopolítica

En los pedales de Nairo Quintana se montan todos los políticos colombianos. El ciclista asciende las montañas más espeluznantes con el peso a cuestas de un pelotón que no solo se compone de Pachito Santos. En vez de hacer barra como el resto de los ciudadanos, quieren que los suban en tornillos.

No aportan gran cosa pero sí le quitan frescura al escalador. Ahí van, pegados a su espalda, encaramados en una cicla de lujo que no es la suya, a ver si avanzan de gratis en sus propias batallas contra el descenso y la auto descalificación. Valiente estrategia la de los patrióticos colombianos de acción: un tweet mañanero desde cualquier sofá y a esperar que todo sean ganancias.

La populista feria de la apropiación virtual no sabe de límites: “nuestro Nairo”, escriben las cabezas de los partidos como si se tratara de la nueva mascota de un equipo, o de una borrosa calcomanía política de esas que no quitan ni con jabón mucho tiempo después de pasada la fiesta electoral. “Alpe d’Huez será la batalla final para nuestro Nairo”, escribió sin freno alguno nuestro Juan Manuel Galán.

Los candidatos a lo que se pueda obviamente no se quedan atrás. Son los primeros en subirse al podio. Traen puesta la camiseta amarilla, que no sudaron. “¡Muy bien Nairo y Rigoberto! Qué ejemplo y qué orgullo son estos muchachos para los colombianos”. Así piensa Clara López que va a convencer a su electorado indeciso. Tan humana, tan cercana a la gente. “¡¡¡¡Dale Rigo!!!! Se puede ganar. Fuerza Nairo, sí se puede”, ahí va Rafa Pardo, tomándose todas las confiancitas requeridas.

El manoseo no termina ahí. Hasta un tipo tan grisáceo como José Obdulio intentó su propio homenaje de Quintana, a quien apodó “el rey de la táctica”. Después de la acostumbrada retahíla de gratuitos lengüetazos, básicamente lo puso a pelear, de la nada, contra los mamertos: su propia cumbre inalcanzada (y de quinta categoría).