La necesaria Comisión de la Verdad

Alvaro Forero Tascón
10 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

La justicia transicional dominó  la discusión sobre el proceso de paz, pero la discusión más importante —sobre lo que realmente pasó en el conflicto armado— la dominará el informe de la Comisón de la Verdad.

El acto más valiente del Estado en el acuerdo de paz no es la admisión de beneficios penales a los cabecillas guerrilleros, ni si siquiera la aceptación de que éstos compitan electoralmente en las mismas condiciones que los demás. Es haber creado una comisión que investigue y certifique también las atrocidades que cometió durante medio siglo de guerra antisubversiva, que por la condición obsesivamente anticomunista de la clase dirigente colombiana desde Gaitán, tuvo autorización social y política para cometer los peores crímenes.

Sobre la conveniencia o inconveniencia de reabrir los horrores del pasado, tenemos ejemplos cercanos. Si hubiera existido una comisión de la verdad para esclarecer lo sucedido durante La Violencia, se habría evidenciado la proclividad excesiva al uso de la violencia por parte de algunos sectores del establecimiento. La radiografía de la violencia impulsada desde el Estado por sectores conservadores, que terminó convertida en orgía de odio partidista, habría permitido reflexionar sobre el verdadero origen de las guerrillas liberales que se combatieron con bombardeos al estilo Vietnam, convirtiéndolas en las temibles Farc. Y sobre los peligros de quienes cabalgan sobre las banderas de ley y orden para imponer sus políticas autoritarias y retardatarias con abusos de la fuerza.

Como se evidenció en el plebiscito del 2 de octubre, el principal obstáculo para la reconciliación es la falta de un diagnóstico y una narrativa verdaderas del conflicto armado. La que tiene buena parte de la población surgió de una tesis populista basada en el odio a las Farc, que generó un alo heroico que encubrió atrocidades peores a las de la guerrilla, como los falsos positivos, que por su número y objetivo son quizás el episodio más atroz de la historia colombiana.

Solo hasta que haya un consenso sobre cuáles fueron las razones políticas y las responsabilidades de la guerra, habrá consenso sobre la conveniencia de su terminación por la vía política. Y a ese consenso no se puede aspirar en medio de otra guerra, la política, de interpretaciones amañadas que se viene librando con fines electorales.

No será fácil encontrar toda la verdad, y serán muchas las turbulencias sociales las que producirán revelaciones sorprendentes. Pero como en el caso de los desaparecidos, solo conocer lo que sucedió con los seres queridos permite a sus familiares sentir que pueden descanzar en paz.

Las sociedades más adoloridas son las que más le temen a la verdad, pero precisamente por ese dolor, son las que más la necesitan. Nada sana más que la verdad, nada da más dignidad, nada libera más. La colombiana es una sociedad dominada por las mentiras y las medias verdades, y así como algunos están adictos a ellas, todos sabemos que somos sus víctimas, y que estamos reaccionando con una desconfianza desmesurada por su culpa. La Comisión de la Verdad, a pesar de sus enormes desafíos prácticos, será el primer ejercicio de verdad práctica en una nación con 200 años de guerras que ha creido inconfesables.

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