La negación no es una estrategia

Juan Carlos Botero
20 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Varios de los líderes más influyentes, empezando con Donald Trump, han asumido una estrategia criminal para afrontar la mayor crisis social desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial: la estrategia del avestruz.

Mientras China cerraba ciudades y fronteras, y el virus se extendía por media Europa, Trump se empeñaba en divulgar un mensaje irresponsable y lunático: que todo estaba bien y bajo control, que no había de qué preocuparse, y, lo que es todavía más peligroso y demencial, que toda la histeria en torno al virus era una patraña inflamada por los demócratas con fines políticos: hacerle daño al presidente con vistas a las próximas elecciones. Como si la gente que caía fulminada por el virus en China, Corea del Sur, Italia y España moría para hacerle daño a Trump. De ese tamaño es su megalomanía y narcisismo.

Sin embargo, como muy pronto advirtió este aspirante a dictador, la falta de preparación, de manejo, de comunicación (acudiendo a la asesoría de expertos y científicos), de lucidez y compasión, le está saliendo caro a todo el país. Porque la negación no es una estrategia. Ahora él tiene el atrevimiento de decir que siempre tomó en serio la amenaza del virus. Pero esa es sólo una más de sus incontables mentiras. Lo cierto es que siempre la minimizó por razones políticas, tratando de tapar el sol con las manos, aunque para entonces el virus ya se había propagado, un tiempo valioso se había perdido de manera irrecuperable, la economía entraba en barrena y la bolsa sufría su peor jornada en 124 años de historia. Pero en vez de implementar una estrategia proactiva, ordenando que se fabricaran los equipos de pruebas del virus para atender una demanda masiva a nivel nacional, Trump se congratulaba de la manera más vergonzosa y patética, y seguía diciendo que todo estaba bajo control. El resultado de esa ceguera y de ese egoísmo, por temor a que un bajonazo en la economía afectara sus posibilidades electorales, es que, mientras que en EE. UU. se están practicando menos de 1.000 pruebas diarias para detectar el virus, en Corea del Sur, con una sexta parte de la población de EE. UU., se están practicando 20.000. Ese país asiático representa un ejemplo contrario y admirable de una reacción política acertada y responsable.

Definitivamente hay profesiones cuyos errores afectan a la sociedad en general. Si un escritor publica una mala novela, eso sólo afecta a su grupo de lectores. Pero un presidente como Donald Trump en EE. UU., o Jair Bolsonaro en Brasil, que sigue promoviendo marchas y encuentros multitudinarios de la manera más temeraria e irresponsable, contribuyendo a propagar el virus a nivel mundial, hace que las consecuencias de sus malas decisiones afecten a todo el planeta.

Lo cierto es que Trump ha demostrado, una vez más, una colosal falta de grandeza. Porque la grandeza refleja muchas cosas, pero la primera es la capacidad de pensar en otros antes que en sí mismo. Hombres como Trump y Bolsonaro sólo piensan en ellos y están dispuestos a sacrificar a millones de personas, y a matarlas, con tal de defender sus intereses y promover sus ambiciones. Esa no es la grandeza. Es la mezquindad. Un defecto terrible en cualquier ser humano, pero en un primer mandatario, durante una crisis mundial, es aterrador. Y como lo dije al comienzo: criminal.

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