El sentimiento antivenezolano, especialmente en los estratos 1 y 2, es una olla a presión política. No hay fórmulas fáciles para destaparla, subirle el calor es muy peligroso y dejarla acumular vapor hasta que estalle no es la solución.
Desde hace pocos años viene moviendo la política en el mundo. Es el factor que más ha alimentado la explosión de populismo de derecha, llevándolo al poder en Estados Unidos, Reino Unido, Italia, Hungría, y creciendo en casi toda Europa.
Las instituciones, los medios, el mundo político, tienden a leer tarde las señales de alarma de la tensión social generada por la inmigración. Generalmente se descubre la gravedad del problema cuando ya es tarde y lo ha sacado a la superficie el populismo, experto en detectar y explotar las dolencias sociales, pero no para solucionarlas sino para explotarlas. No es fácil detectar la gravedad del problema porque afecta desproporcionadamente a los sectores más marginados. La llegada de altos números de inmigrantes afecta casi todos los aspectos de la vida social de una comunidad. Desde la disponibilidad de empleo, los costos de los arriendos, la seguridad, los cupos educativos, los servicios de salud, el uso del espacio público, hasta las costumbres y protocolos de convivencia.
Se ha asumido que el comportamiento de los colombianos frente a la inmigración es tolerante. No se está teniendo en cuenta que esa condición viene cambiando desde hace años. La capacidad de asimilación de inmigrantes de una sociedad depende de la gradualidad, de la utilidad, de la similitud de los inmigrantes, pero sobre todo de las condiciones de la sociedad receptora, que no son siempre las mismas.
Con el deterioro tan grande del empleo y el aumento de la pobreza de Colombia, se está acelerando el problema. Según las encuestas, cerca del 70 % de los colombianos tienen mala impresión sobre los inmigrantes venezolanos, y más del 80 % desaprueba la manera en que el Estado lo está manejando.
Una parte importante del resentimiento de los colombianos humildes consiste en que consideran que, con la tesis de no estigmatizar, se les da a los venezolanos un tratamiento mejor, se les disculpan las faltas y se termina discriminando al nacional que está en condiciones igualmente difíciles.
La pregunta es: ¿qué hacer para no limitarse a esperar a que la olla a presión estalle? Es posible que en ese momento el problema deje de ser manejable y empiece a manejar la política. Si las instituciones se limitan al discurso de la no xenofobia, y no a canalizar el problema, este se va a desbordar y un populista terminará encauzándolo contra las instituciones.
El Estado debe entender la problemática de las poblaciones afectadas negativamente por la inmigración y tratar de atenderla. Priorizando ayuda a esas comunidades, reforzando su seguridad, castigando con expulsión a los inmigrantes que violen la ley. No dejando que los conflictos escalen y se resuelvan por fuera de la ley.
Pero, sobre todo, las instituciones no deben seguir cometiendo el error de creer que no hablando del tema este se va a controlar. Lo que más indigna a los ciudadanos afectados de xenofobia es la indiferencia del Estado. Consideran que se les deja el peso del manejo del problema y esperan señales de equilibrio con ellos, no solo con los venezolanos.