Soberanía colombiana en 5G frente a Estados Unidos

Columnista invitado EE: Guillermo Puyana Ramos
18 de agosto de 2020 - 05:56 p. m.

Mientras el país intenta controlar la pandemia y recuperar la economía llega una delegación del gobierno de los Estados Unidos encabezada por Robert O’Brien, asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca desde finales de 2019 cuando reemplazó a John Bolton. Públicamente se anuncia que la agenda es narcotráfico y Venezuela, en especial cómo apretarle las clavijas financieras a Maduro. Los acompañantes de O’Brien son los apropiados para esos dos temas: de un lado el almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, y Mauricio Claver-Carone, asesor para el hemisferio occidental y candidato del gobierno americano a la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo.

Es clarísima la pertinencia del narcotráfico en el diálogo bilateral colombiano con Estados Unidos; no tanto la de Venezuela, pues para eso está Juan Guaidó. No sé qué pueden pedirles los norteamericanos al gobierno de Iván Duque respecto a Venezuela que no haya hecho ya, lo que me hace pensar que hay una agenda secundaria, que tiene que ver con la real pasión del asesor del presidente Donald Trump: China. Más claramente, atacar a China.

O’Brien es quien recarga la munición antichina sobre la que se edifica la campaña presidencial de Donald Trump; está detrás de todas las medidas con las que la administración Trump ha llevado la relación bilateral más importante del planeta a su punto más bajo y de mayor tensión, causando un daño que durará años en repararse inclusive en el supuesto de una sucesión demócrata. El record incluye la injerencia sobre Hong Kong, la defensa del movimiento separatista del Turkestán Oriental y desconocer la soberanía china sobre los islotes y atolones de Nansha y Xisha. Pero nada de eso concierne a Colombia.

Donde sí puede quedar atrapada Colombia es la parte del trabajo de O’Brien que incluye impedir el avance tecnológico de China, para meternos en la alianza de países que bloquean a empresas chinas de tecnología. Para esto Trump ha hecho cosas tan contrarias a la libre competencia como exigir que ByteDance sea vendida para mediados del próximo mes a una compañía americana o no podrá seguir funcionando la aplicación TikTok en Estados Unidos. Todo esto en el marco del Clean Network Program del que O’Brien ha sido un inspirador y que más que una política para garantizar la seguridad es un instrumento para construir monopolios eliminando la competencia.

El gobierno colombiano tiene que maniobrar diplomáticamente para no quedar entrampado si la delegación encabezada por O’Brien pone el tema sobre la mesa, que como huésped no debería hacerlo, pero en los medios se ha filtrado tímidamente el riesgo. El Espectador afirmó el 16 de agosto que su fuente en el Departamento de Estado dijo que la delegación tenía “el tema económico y sanitario como prioridad”.

Estados Unidos quiere mantener su dominio en América Latina a costa de la importantísima relación que la región ha construido con China en los últimos 20 años. En este tiempo, China logró ser un socio estratégico tan o más importante que Estados Unidos para Brasil, Argentina o Chile, que así diversificaron sus intereses y expandieron sus relaciones económicas y políticas internacionales, usualmente concentradas en Estados Unidos y la misma región latinoamericana y eso ha favorecido el desarrollo de la región.

La guerra comercial que Estados Unidos desató el año pasado contra China se resume así: Estados Unidos perdió, China no perdió y América Latina ganó. Una relación más intensa con China reduce nuestra dependencia de Estados Unidos y nos permite decidir, con base en nuestra conveniencia a largo plazo, escoger términos de relación más beneficiosos.

Colombia tiene una relación bastante positiva con China, sin puntos de fricción particularmente riesgosos y con escenarios futuros prometedores, resultado de una evolución de 40 años; no es exactamente una relación inmadura en la que todo esté por hacerse y los últimos cuatro años dan cuenta de ello: las exportaciones colombianas a China crecieron 300 %, la inversión en Colombia en infraestructura de transporte y minería estuvo dentro de las más importantes de China, el intercambio cultural y educativo siguió mostrando vitalidad y el diálogo político internacional siguió siendo respetuoso y fluido.

Que la tecnología es la cuarta revolución industrial ya es un estribillo. Desarrollarla es indispensable para librarnos de los lastres que fueron evidentes en la pandemia en dos bienes públicos esenciales: salud y educación. La tecnología será cada vez más importante en el desarrollo infraestructural, minería, tráfico, logística, cultura, turismo. El avance a gran escala de cualquier actividad humana de contenido económico dependerá del acceso a la tecnología.

Estados Unidos quiere imponer que si no es con su tecnología, no es con nadie y para eso no se arredran en usar todo su poder, incluidos los mecanismos financieros como las normas del FinCEN, para obstruir la competencia de las empresas tecnológicas que han declarado como objetivos con excusas de seguridad. Mauricio Claver-Carone suele hacer de buen policía cuando explica “Regreso a las Américas”, un plan que propone la reinstalación en América Latina de empresas americanas que se instalaron hace décadas en China. Pero los factores que convirtieron a China en el mayor centro de producción industrial del mundo no han cambiado tanto en un par de años, ni América Latina se ha desarrollado tanto como para ser el reemplazo de China. Se necesita mucho más que una orden ejecutiva de la Casa Blanca. Mao llamaba a esto proyectiles almibarados, hierros candentes que nuestro principal aliado nos pone en las manos para que renunciemos al ejercicio soberano de decidir cómo desarrollamos el espectro electromagnético, un recurso natural, y lo hagamos como él nos sugiere.

No se trata solo de política exterior o del modelo de desarrollo. Es realmente un problema de soberanía definido en el artículo 75 de la Constitución Política que dice que el espectro es un bien público, controlado por el Estado cuyo uso y acceso debe garantizar la igualdad de oportunidades, el pluralismo informativo y la competencia y evitar los monopolios.

Los problemas de seguridad de la tecnología no se resuelven excluyendo a un país o sus empresas, sino diseñando bien las reglas de participación en un ambiente de libre competencia, pues se trata de un asunto técnico que se resuelve con medidas técnicas, como lo recordó hace dos semanas The Internet Society.

Gracias a su desarrollo tecnológico, China reemplazó a Estados Unidos en la defensa de la globalización económica. El gobierno chino dijo, en un documento de septiembre de 2019, que en las últimas décadas muchas economías emergentes y países en desarrollo lograron un crecimiento acelerado porque aprovecharon el momento histórico y las oportunidades que se presentaron con la globalización económica. Una globalización de nuevo cuño, porque la diferencia esta vez es la presencia y el liderazgo de China en el mundo en desarrollo y la construcción de la multipolaridad. La versión globalista anterior tendía a los monopolios y las hegemonías, por eso disgustaba en poblaciones y países pobres.

Así estamos: mientras China quiere globalización, Estados Unidos promueve el proteccionismo fracturando su identidad mundial de los últimos 70 años. Fracasará en el mediano plazo porque es la tendencia histórica, pero el daño será enorme pues, como dicen los chinos, no por cortarle las patas a una grulla se vuelve un pato, pero sí se le causa dolor. Qué tanto nos toque de ese perjucio depende de que el gobierno preserve su única relación importante en Asia y su segunda relación económica, distanciándose de la aventura en que se está metiendo su principal aliado.

El asunto es grave porque el Clean Network Program contempla sanciones a quienes no sigan las directrices elaboradas por Estados Unidos para resolver (o no resolver) sus problemas con China. Nos podrá causar un daño inmenso en términos de acceso a tecnologías chinas eficientes sin traernos un solo beneficio de tecnologías rezagadas de Estados Unidos, no es una ley que nos sirva, no estimula la competencia ni el libre aceeso, ni representa un ejercicio del control sobrerano del Estado sobre el bien público del espectro electromagnético.

Confucio advertía que las leyes de un reino deben elaborarse pensando en las condiciones del reino “Para navegar por agua nada mejor que una barca, para viajar por tierra nada mejor que un carruaje; aplicar en Lu las leyes de Chou, es como empujar una barca para viajar por tierra”.

Por Guillermo Puyana Ramos

 

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