La otra emergencia

Dora Glottman
18 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Tal vez nos estemos volviendo todos un poquito locos. No lo digo yo, está estudiado; pero hay que esperar a que salga la mitad de la población del planeta del encierro para poder cuantificar el nivel de nuestra locura colectiva. Por ahora, es otro enemigo invisible y silencioso que se cuela bajo las puertas y por entre las ventanas de un mundo asustado, pero ya advierten los expertos que cuando superemos la emergencia por coronavirus nos espera otra crisis: una de salud mental.

Por estos días, de tanto barrer la casa, termina uno también barriendo sus pensamientos, poniendo orden en la cabeza y el corazón y encontrando - como cuando se barre debajo de un tapete - basura emocional que lleva años escondida y que nadie se molestó en limpiarla hasta ahora. Fue así como descubrí que esa maña mía de querer conocer un tema al derecho y al revés es también mi manera de lidiar con lo que me asusta y de sentir un control falso sobre temas que se salen de las manos de cualquier mortal. Fue escarbando entre cifras y datos, buscando algo de paz, alguna pista de que el final está cerca, que encontré un número que rompió el hechizo que me daba la sensación de que todo volvería pronto a la normalidad.

Desde que arrancó la crisis por coronavirus en Estados Unidos, el país más afectado por la pandemia, se dispararon en un 891 % las llamadas a las líneas de atención a la salud mental. La ansiedad es uno de los diagnósticos más afectados y sin duda con el que yo más me identifico. En medio de la angustia que me produjo esa cifra, busqué más información, como si en algo pudiera aliviar mi preocupación, pero solo la empeoró pues resulta que esta vez “la noticia” se da tras puertas cerradas y solo hay registro de quienes por teléfono o por internet buscaron ayuda. Del resto de la humanidad no se sabe nada. De las relaciones que se derrumban, de las mentiras de las que ya no se puede escapar, del maltrato en cuarentena y de la soledad y la incertidumbre que carcome a millones no se sabe nada. Tampoco se sabe cuántas relaciones saldrán fortalecidas del encierro, ni cómo avanza el trabajo interior al que se dedican muchos, ni la manera como sanan heridas del alma cuando la familia se vuelve su apoyo.

Les comparto la información que encontré, aunque advierto que por ahora es poca. Los expertos coinciden en que los más vulnerables son quienes sufren de depresión, ansiedad y adicciones. Curiosamente, quienes tienen diagnósticos como esquizofrenia, estrés postraumático, desórdenes alimenticios y comportamiento compulsivo, entre otros, son pacientes que ya “han hecho la tarea”, es decir que iniciaron tratamiento antes de la pandemia, tienen un terapeuta y medicina si la necesitan. Son también quienes tienen algo de familiaridad con la cuarentena, pues su enfermedad los ha obligado a encerrarse antes y su concepto de la libertad va más allá de salir a la calle. Preocupan más los llamados “normales”. Un estudio reciente que publica The Washington Post revela que un 45 % de los estadounidenses, sin registros previos de condiciones mentales, reconocen que su salud mental se ha visto afectada, siendo las mujeres- en especial las que tienen hijos menores de 18 años- las más vulnerables junto con los adultos mayores y los profesionales de la salud. Si sirve de guía, durante la epidemia por SARS en el 2003, que mato a menos de mil personas, el índice de suicidios en el mundo entre personas mayores de 65 años subió en 30 % y el 50 % de los pacientes que se recuperaron desarrollaron condiciones mentales por la enfermedad.

El estudio más serio que se ha publicado sobre el tema, fue publicado esta semana por la prestigiosa revista de medicina The Lancet. La recomendación de los expertos es que el mundo comience ya a prepararse para la crisis de salud mental que se avecina y debe hacerlo desde lo económico y humano. Proponen capacitar a más profesionales para atender a los pacientes de manera virtual, también sugieren un mejor monitoreo de los casos actuales y más fondos para estudiar el efecto que el coronavirus puede tener en el cerebro de quienes lo han padecido.

Nueva York, por ejemplo, ya sumó 6.000 voluntarios a su ejército de profesionales que pueden ayudar a otros desde sus casas y el mundo entero busca ampliar los servicios de salud mental que ofrecen a larga distancia. Por eso le propongo que si sale esta noche a aplaudir a los profesionales de la salud que se juegan la vida en esta guerra contra el COVID-19, aplauda también por los que atienden nuestra salud mental, pues en un futuro no muy lejano serán ellos los que estén en la primera línea de atención.

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