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La pandemia en Venezuela

Armando Montenegro
23 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

Mucho antes de que llegara la pandemia, el chavismo ya había destruido el sistema hospitalario de Venezuela. El número de camas por 10.000 habitantes era menos de la mitad que el de Colombia; carecía de equipos y medicinas necesarios para atender las necesidades de su población, y contaba con menos de 150 unidades de cuidados intensivos y respiradores. El 50 % de los médicos habían emigrado y el personal de sus hospitales y centros de salud estaba mal pagado, mal alimentado y mal tratado (sus ingresos mensuales oscilan entre 4 y 18 dólares mensuales). Además, la mayoría de los hospitales sufren de racionamientos de agua y cortes periódicos de energía.

En estas condiciones, ante su incapacidad, su carencia de recursos y su tradicional irrespeto por los derechos humanos, cuando llegó la pandemia el gobierno de Maduro tomó la decisión de tratarla como un asunto de seguridad nacional, una amenaza para su régimen dictatorial. Por ello, en lugar de intentar fortalecer el precario sistema de salud bolivariano, desplegó el aparato militar y las fuerzas represivas para hacer frente a la emergencia.

Decidió criminalizar y perseguir a los contagiados. Muchas personas infectadas, sobre todo las de la oposición, han sido calificadas y tratadas por el gobierno como “bioterroristas”, de tal forma que, por temor a los militares, incontables casos se han dejado de reportar. The New York Times informó que algunas de las casas de los contagiados han sido marcadas y vigiladas, como en los tiempos de las grandes pestes europeas. Y Amnistía Internacional reportó también que varios trabajadores de la salud que se quejaron por la falta de protección fueron detenidos y puestos a disposición de tribunales militares. Pero lo peor ha caído encima de los miles de venezolanos que han regresado a su país a raíz de la emergencia. Han sido recluidos en burdos corrales, cárceles improvisadas, donde no reciben alimentación suficiente ni tratamiento médico adecuado. Para estigmatizar a los enfermos, al igual que Trump que habla del virus chino, Maduro se refiere despectivamente al virus colombiano, según él, enviado por Duque.

Adicionalmente, para encubrir su incompetencia, el gobierno ha optado por mentir en gran escala. Como en el caso de las cifras económicas y los datos básicos de la salud pública, que no se publican desde hace años, se han amañado las estadísticas oficiales para producir cifras ridículamente bajas de muertos e infectados por el COVID-19. Un informe reciente de The New York Times habla de numerosos hechos que dan indicios de lo que de verdad está pasando: hornos crematorios sobrecargados, muertos que no se reportan y la construcción de fosas comunes en algunas poblaciones (una explicación benigna de esas cifras es que en Venezuela se realizan muy pocas pruebas porque solo existen dos laboratorios, precariamente dotados de reactivos, capaces de procesarlas, mientras que en Colombia operan más de 60).

Mientras que esto sucede, la prensa internacional nos relata que la élite del chavismo se escapa del virus en lujosos condominios en el Caribe y en mansiones de los alrededores de Caracas. Y también, que los infectados del alto gobierno y la cúpula militar reciben una atención exquisita en un puñado de clínicas privadas y en selectos hospitales militares, con todos los cuidados que se le niegan a la gran mayoría de la población.

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