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La paradoja del pesimismo

Daniel Pacheco
04 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

Mientras los colombianos en su vida privada sienten que viven cada vez mejor, tienen una percepción de lo que sucede en el país cada vez peor. Lo paradójico es que si las cosas en Colombia fueran tan mal, lo mismo debería suceder en la vida de cada uno de los colombianos. Pero no, la percepción es la contraria. Algo no cuadra.

Una encuesta reciente del Centro Nacional de Consultoría, con la que se lanzó el nuevo Instituto de Liderazgo Público de la Universidad Nacional, vuelve a darle cifras a este extraño desfase entre las percepciones sobre lo privado y lo público en el país. Frente a la pregunta: “¿Cree que el país está mejor que hace cinco años?”, apenas el 29 % respondió que sí. Es decir, hay alrededor del 70 % de las personas que piensan que el país está peor. Un pesimismo mayoritario. Luego, frente a la pregunta: “¿Cree usted que tuvo más oportunidades que sus padres?”, un 87 % contestó que sí. Un optimismo personal enorme. Ahí está la paradoja, y no es una pequeña. La brecha entre el optimismo personal y el pesimismo público escapa de los márgenes de error, y ha sido confirmada en otras mediciones similares.

Una forma de explicar esta distancia es argumentando que alguna de las dos percepciones está distorsionada. Por un lado, están quienes dicen que existe una tendencia psicológica a decorar el pasado propio. Más allá de que uno no haya tenido más oportunidades que sus padres, de que en realidad la vida no haya mejorado sustancialmente frente a la pasada generación, va el argumento, fuerzas psicológicas maquillan ese pasado. Tal vez se trate de un mecanismo de autoprotección, un rasgo evolutivo para evitar el suicidio en masa y permitir que todos los días los humanos nos veamos en el espejo sin odiarnos y sigamos viviendo vidas mediocres. Esta interpretación llevaría a decir que los colombianos somos un pueblo engañado y autocomplaciente.

Otra forma de reconciliar esta paradoja argumenta que la percepción sobre los avances del país en Colombia está distorsionada, subestimada. Que la vida de la gente sí ha mejorado —hay una buena cantidad de datos duros en ese sentido— y que esta realidad objetiva escapa de la percepción subjetiva de las personas. ¿Qué podría estar impulsando esta percepción?

Habría que empezar por decir que en Colombia esa percepción no siempre ha sido así, y que aun hoy cuando el pesimismo acerca de los logros del pasado parece alto, no es el peor en la región. De hecho, según el Latinobarómetro de 2018, Colombia es el cuarto país de 18 con una percepción más positiva del “progreso” en América Latina. Aun así, apenas el 27 % de los encuestados dicen que avanzamos. Por otro lado, en la mirada histórica que permite la Gallup Poll, que se realiza hace más de dos décadas, entre 2002 y 2011 Colombia vivió un período de optimismo en el que la mayoría de las personas pensaban que el país estaba “mejorando”, durante los dos gobiernos de Álvaro Uribe. Después de eso el mismo Uribe lideró una campaña permanente de oposición para argumentar lo contrario durante los dos períodos de Santos, una campaña cuyos efectos parece estar padeciendo aún su pupilo Iván Duque.

Probablemente detrás de esta paradoja del pesimismo en Colombia haya de ambas cosas: una tendencia artificial a embellecer la vida privada y un artificio producto del debate público que opaca los logros del país. Como sea, creo que es una brecha importante de cerrar, de acercar, por al menos dos razones.

La primera es que el divorcio entre lo privado y lo público impide que en el país se consolide la ética común, según la cual estos no son escenarios del todo separados. Una ética sin la cual lo público generalmente se desmorona, como se están desmoronando los edificios de la Universidad Nacional. Lo público es en últimas la suma de acciones privadas, como se ha vuelto tan común escuchar durante la pandemia: “Si te cuidas, nos cuidamos todos”. La segunda razón es que sin un entendimiento común de nuestro pasado, de los logros y fracasos, este país será vulnerable a fabricantes de promesas milagrosas sobre el futuro. Milagros para luchar contra mitos de sus fracasos pasados. Mitos alimentados por políticos e intelectuales catastrofistas, por los sesgos del periodismo y de las redes, por nuestra afinidad a la autoflagelación. En suma, una brecha que hace vulnerable nuestra la democracia.

@danielpacheco

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