La paranoia eterna y fingida del Centro Democrático

Juan Carlos Rincón Escalante
26 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

El Centro Democrático (CD) tiene el miedo como estrategia central de campaña porque no posee más para aportarle a Colombia. La manipulación, que ha estado en las raíces de su movimiento desde que decidieron nacer como oposición a un Juan Manuel Santos que es más parecido a ellos de lo que están dispuestos a aceptar, viene volviéndose cada vez más ofensiva y opera de maneras muy básicas. 

Hace poco, la cuenta de Twitter del CD publicó lo que bien podría ser su declaración de principios: “El Centro Democrático es la barrera para evitar el socialismo chavista en Colombia”. Si suena familiar es porque se trata de la misma alharaca que han repetido, palabras más, palabras menos, en incontables ocasiones. Al votar en la segunda vuelta presidencial del año pasado, Álvaro Uribe dijo que Iván Duque es “garantía para que Colombia no caiga en el destructivo socialismo”. Una mirada a las columnas de opinión de los pensadores afines al uribismo es hacer una maestría en cómo decir lo mismo de mil maneras distintas: que el socialismo viene en marcha para destruir al país. 

Ha llegado a tal punto la obsesión con la amenaza socialista que uno de los fundadores del CD renunció al partido cuando Iván Duque empezó a ganar popularidad porque, según él, “la izquierda se apoderó del Centro Democrático”. Ese es el nivel de delirio. 

El problema es que para el CD, “socialista” es cualquier persona que no les quiera hacer caso en todos sus designios. Más que una resistencia valiente, el discurso antisocialista esconde una verdad más caprichosa: a lo que le temen es a que gobierne alguien que no sea ellos. 

La prueba está en su definición del enemigo. Juan Manuel Santos se graduó de castrochavista porque se atrevió a hacer un acuerdo de paz sin invitar a Uribe, pero, en la realidad, su tipo de gobierno fue muy parecido ideológicamente a los ochos años de gobierno del uribismo. Un neoliberal que fomentó el libre comercio, detestó la protesta social, hizo una reforma tributaria que aplastó a la clase media sin molestar a las empresas y reforzó la alianza de Colombia con Estados Unidos no es, por ningún lado, un socialista. ¿Pero a quién le interesan los detalles y la rigurosidad, verdad?

El CD se viene volviendo perezoso en sus señalamientos. En estas elecciones regionales, Uribe dijo que Daniel Quintero, candidato a la Alcaldía de Medellín, “es el agente de Petro”. En el léxico del uribismo, Petro es sinónimo de socialismo. Pero, volviendo a Quintero, no hay nada más socialista que un tipo que empezó su carrera en el Partido Conservador, se saltó al Partido Liberal, se inventó un partido “independiente”, para luego terminar trabajando en el Gobierno de Santos impulsando emprendimientos. ¿Síntomas de un lagarto? Sin duda. ¿De socialista? No.

El eterno regreso al grito herido de “¡socialista!” busca esconder que al CD se le acabaron las respuestas para los problemas enormes del país. Un año y pico de gobierno de Iván Duque han demostrado que sus ideas son muy similares a las de Santos. Alberto Carrasquilla, quien fue ministro de Hacienda de Uribe y ahora repite con Duque, impulsó una Ley de Financiamiento que aplastó a la clase media y le dio un alivio a las empresas. ¿Dónde hemos escuchado eso antes? (Pista: hace dos párrafos). ¿Qué hacemos con la droga? Prohibición y glifosato. ¿Qué hacemos con la crisis energética? Frácking y subsidios tibios a energías renovables. ¿Qué hacemos con la protesta social? Regularla, ¡por Dios! Podríamos seguir así, mirando todos los ámbitos del país, pero la conclusión inevitable es la misma: el CD es un partido de ideas recicladas y caducas. Por eso su solución es seguir haciendo campaña como si no estuvieran en la Presidencia. 

Lo paradójico es que las peores características del socialismo no molestan al CD cuando son ellos quienes tienen el poder. Para tener contentos a los trabajadores por la reforma tributaria, Uribe propuso una prima adicional (¡dinero gratis!) y su partido ha promovido tres días al año sin IVA (aunque los expertos se han opuesto a la medida como populista). Esta semana presentaron un proyecto de ley que busca poder tumbar sentencias de la Corte Constitucional vía referendo, apoyando así una concepción de preescolar de la democracia: como somos mayoría, podemos hacer lo que se nos venga en gana. Ya en el pasado han hablado de tumbar las cortes y poner una sola, nueva, que sí falle como a ellos les gusta (toma nota, Nicolás Maduro). Cuando un profesor abre la boca y dice algo que no les gusta, proponen sabotear la libertad de cátedra (porque no somos socialistas, pero todos tenemos que pensar como ellos quieren que pensemos). También propusieron nombrar alcaldes militares en las zonas más inseguras de Colombia (qué viva la democracia). Su tan mentado Estado de Opinión no es más que un eufemismo para decir que ellos son más y por eso el resto del país debería aceptar sus deseos. 

¿Quiénes sí no son socialistas? Los que están dispuestos a compartir el poder con ellos. Por eso han hecho alianzas con partidos tradicionales para llegar a nueve gobernaciones, pactando con personajes tan variopintos como los Char en Atlántico, el Mello Cotes en el Magdalena e incluso Vicente Blel en Bolívar, un tipo tan nefasto que esta semana se publicaron unas grabaciones donde cuenta cómo la corrupción es la ley. Fue tan descarado el escándalo que al CD le tocó quitarle el aval. (Aunque no lo llamaron “socialista”). 

Detrás de la “barrera contra el socialismo chavista” se esconde un partido desesperado, que ve cerca el retiro de Uribe y la desaparecición de sus 870.000 voticos, que sabe que a Duque no le está yendo bien, que no tiene respuestas útiles para las grandes preguntas como el cambio climático y un mundo posguerra contra las drogas, y que está haciendo todo lo que puede por consolidarse como un partido tradicional igualito a los que tanto ha criticado.  Para seguir ganando, tiene que convencer a los colombianos de que el demonio está cerca. Pero cuando uno se define no por lo que es, sino por lo que no es, corre el riesgo de quedar en evidencia; de que la gente sepa que esa “barrera” es tan útil como el muro de Donald Trump en la frontera. Mera paranoia. 

Posdata. Como es fácil predecir las sesudas respuestas a esta columna, es importante que sepan que en el pasado he criticado fuertemente a la dictadura de Nicolás Maduro, así como a Gustavo Petro y a múltiples tipos de autoritarismo. 

@jkrincon

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar