La paz con Duque

Lorenzo Madrigal
01 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

Todo parece indicar que las cosas son ahora a otro precio. No me refiero al IVA ni a la canasta familiar. No. Aludo simplemente a que ya el presidente no es Santos y hasta raro parece. Como diría un futbolista, es lo bonito de la democracia.

Por fin reconozco al Iván Duque de la exitosa campaña que lo llevó al poder. Ha rechazado al gobierno de Venezuela como garante de los acuerdos de paz. Y la razón es muy sencilla, no se puede ser juez y parte, según el viejo adagio judicial.

Si se trata de llegar a un fin de hostilidades con revolucionarios que operan prácticamente desde ese país, donde se aprovisionan y refugian y donde funciona un Gobierno dictatorial de corriente idéntica a la de los rebeldes, ese tal Gobierno, más que un pacífico testigo y facilitador, es parte misma en el conflicto. Algo que no entendió el Gobierno Santos, postrado de hinojos ante los beligerantes.

Sin mirar al retrovisor, Duque impulsa otro tipo de conversación, que hace borrón y cuenta nueva, en materia de paz. Muy seguramente aleccionado por los pésimos resultados que está dando el anterior proceso, que ya ha llegado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en reclamos.

Se prometió el oro y el moro, sin contar con recursos; no se aclararon lo suficiente asuntos tan delicados como la extradición, como la presencia en el Congreso sin cumplir las sanciones previstas, y se ideó un sistema penal transicional nugatorio, con lindes en lo ridículo.

Todo lo anterior ha sido una burla a la verdad y a la justicia. Se sabe que un proceso de armisticio y de paz conlleva forzosamente impunidad, pues no es otra cosa que un acuerdo político, no sancionatorio. Si todo fuera más sencillo, sin los alardes casuísticos que acostumbramos en Colombia, aunque sería más escandaloso, pondría de una vez el punto final, cuidando, eso sí, las retaliaciones y asegurando la no repetición. Y compensando, como otras veces lo he dicho, a los penalizados por causas menores, que van a verse desproporcionadas a la luz de las amnistías e indultos.

Los facilitadores y garantes han de ser gente tranquila, en la que tengan fe cada una de las partes, pero no necesariamente actores ventajosos. En el anterior proceso, el garante noruego, enseguida del rechazo que mostró el plebiscito al proceso de paz, dio la impresión de haberse parado de la mesa y haber enviado este mensaje a su país, de franca izquierda: es la hora de engolosinar a estos tropicales con el fastuoso Nobel de la Paz y doblegar a un pueblo necio. De este modo la paz quedaba hecha, por fuera, aunque por dentro continuaba la guerra.

***

Bien que Duque ponga sus codos sobre la mesa, con sus muñecas ojalá libres de pulseras, esclavas y manillas de ventura gitana.

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