La paz en el limbo

Felipe Zuleta Lleras
06 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.

Le ha pedido el viernes en su columna de El Espectador Patricia Lara al presidente Santos que no deje morir el proceso de paz, que no pierda la perseverancia que lo ha caracterizado frente al tema del Acuerdo de Paz suscrito con las Farc en 2016 y que salve, palabras más palabras menos, el proceso. “Vuelva presidente”, le pide Lara a Santos.

Lara, y con ella estoy de acuerdo, cree que el proceso entró en el limbo y está a punto de naufragar. Muchos son los asuntos que han pasado en los últimos días que han dejado el proceso herido de muerte. Parece que quienes se querían tirar el proceso lo están haciendo con método y mucho éxito.

Desafortunado el hecho de que Santrich y Márquez —presuntamente— hayan seguido delinquiendo aliados con narcotraficantes mexicanos, como lamentable resulta que los excomandantes de las Farc sigan siendo buscados por las autoridades de Estados Unidos, cabezas por las que se ofrecen US$42,5 millones por el delito de narcotráfico.

Miremos detenidamente por un minuto en lo que podría estar pensando la llamada guerrillerada, es decir, esos miles de hombres y mujeres que se desarmaron y se desmovilizaron por cuenta del acuerdo negociado por sus comandantes y el Gobierno por un lapso cercano a los cinco años.

Por supuesto, lo más fácil es echarle la culpa del eventual fracaso del proceso al presidente, pero hay varios hechos que han sobrevenido y que no parecían previsibles. Confieso que me duele todo lo que está pasando con el proceso de paz. Como millones de colombianos lo apoyé, aun con algunas reservas, porque siempre he creído que mi hija y mis nietos tenían derecho a vivir en un país en paz, cosa que a mis casi 60 años no me había pasado a mí. Y no quiero perder esa esperanza.

Desde que se firmó la paz con las Farc y desde mi oficio como periodista he visto los beneficios del Acuerdo por el solo hecho de no tener que informar a diario sobre los crímenes de las Farc, que eran cotidianos. No reportar más muertos por cuenta de esa guerra.

Por eso ahora me preocupa el hecho de que los desmovilizados pudieran volver al monte y rearmarse. Qué trabajo me cuesta pensar que haya colombianos que prefieran la guerra a la paz. Eso no lo entiendo y jamás lo entenderé. Todavía no logro digerir cómo les preguntan a los ciudadanos si quieren la paz o la guerra, y optan por la guerra. Tal vez y, lo suelto como hipótesis, los colombianos nos volvimos adictos a la violencia, a los muertos, a la sangre de la guerra, como les pasa a algunos secuestrados que acaban enamorándose de sus secuestradores.

La verdad no sé qué pensar. La sociedad colombiana está enferma, los odios políticos nos cegaron, la guerra nos inmunizó contra la violencia. El presidente es respetado en el mundo entero y vilipendiado en Colombia, pues muchos no le perdonan haberles tratado de dejar un país en paz. País inviable, por supuesto, y enfermo. Como dijo una vez César Augusto Londoño cuando mataron a Garzón: país de mierda.

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