La paz huérfana

Alberto López de Mesa
13 de febrero de 2019 - 04:52 p. m.

Aunque no se hable de eso, todos sabemos del odio visceral que siente Álvaro Uribe por las Farc. Desde el asesinato de su padre, a lo largo de toda su vida política, más en sus dos periodos de gobierno, ha orientado la institucionalidad, toda la fuerza publica y también fuerzas oscuras, al servicio de su venganza. Pero, además del ensañamiento vindicativo, también entendió que el negocio de la “Seguridad” funciona si hay inseguridad, es decir un enemigo al cual combatir y aprendió que el círculo de terror y seguridad da buenos réditos electorales.

Ahora el Centro Democrático es el partido de gobierno y el presidente Iván Duque un pelele prestado para la estratagema del vengativo, ahora, otra vez se escuchan los tambores de la guerra y, sin duda, la Política de Seguridad y Defensa que propone el presidente Duque será la versión actual de la “Seguridad Democrática” uribista.

Ya se están dando las puntadas para el caos que requiere la nueva política de Seguridad: Alevosa dilación del cumplimiento de los Acuerdos de la Habana, clara objeción a la participación política de los desmovilizados, se ponen mañosos obstáculos al proceder de la Jurisdicción Especial para la Paz, la restitución de tierras ha provocado asesinatos subrepticios de campesinos, los terratenientes piden que se les permita armarse y el gobierno accede, ya hay brotes de neoparamilitarismo, no cesa la matazón sistemática de Líderes sociales, durante todo este gobierno el ataque al ELN ha sido continuo y con el ataque a la Escuela de Policía General Santander se suspendieron los diálogos y se les declaró la guerra abierta, el país lidera la oposición continental al régimen bolivariano en Venezuela, se permite la presencia de tropas y armamento norteamericano en nuestro territorio fronterizo, nuestro ejército renueva la artillería, se muestra hostil con el vecino país.

En el panorama poco o nada queda de los brotes pacifistas que se vivieron durante la firma de los acuerdos, la desmovilización y el desarme de las Farc. ¡Volvió la horrible noche! ¡El mal germina ya!

Entre tanto, qué hace el Nobel de la Paz?

Juan Manuel Santos es un hombre joven y vital, no tiene excusa física para sacarle el cuerpo al compromiso, a la responsabilidad con el proceso que inició. El conoce perfectamente la trascendentalidad de todos los puntos del Acuerdo de la Habana, de hecho, los conceptos capitales de ese documento los interiorizó traducidos al inglés para las conferencias que dicta en universidades del mundo, como un aristócrata, expresidente en uso de buen retiro.

Pero el premio Nobel de la Paz no puede ser un título nobiliario, más bien es la investidura adecuada para liderar la continuidad de los procesos para consumar la paz. No es justo que el personaje reconocido mundialmente como adalid de la paz en Colombia, se aparte de la realidad, cuando tiene la ventaja y la oportunidad histórica para generar un movimiento que sofoque los ánimos guerrerista que atizan desde el gobierno actual.

A menos que en su trasegar en los vericuetos de política y la guerra nacional, hubiese adquirido rabo de paja y tema que su intromisión en el presente le cause fuerte chamuscada.

Todos los alfiles del ya histórico proceso de paz Santista, hasta Humberto de la Calle, se aislaron del cuento. En cambio, ell combo del Centro Democrático con fichas en las instancias estratégicas para imponer su estilo guerrerista, está atento para que nada ni nadie averíe la “Seguridad Democrática” del ahora colombiano.

Sugiero el liderazgo de la paz a Juan Manuel Santos, a sabiendas de que por su casta y su talante oligárquico, no se atreverá a enfrentar al Uribismo. A duras penas, publicará un Twitter timorato sin ofender demasiado al senador vengativo. Pero es que no hay entre la oposición, ni izquierdistas, ni progresistas, ni verdecitos, ninguno capaz de asumir una campaña por la paz rotunda y definitiva.

La Paz está huérfana.

¡Se marchitó la Gloria! ¡El júbilo murió!

 

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