La pelea por el centro

Juan Manuel Ospina
31 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.

El pasado domingo se movió, como hace mucho no lo hacía, el tinglado político. Tal vez el hecho más sintomático de los cambios por venir fue el estruendoso fracaso electoral de Germán Vargas, expresión contundente de que ya no bastan las maquinarias políticas engrasadas con millones de pesos. Puede ser prematuro invitar a los funerales de la vieja manera de hacer política, pero sin duda alguna está herida de muerte.

Lo sucedido demuestra de manera concreta que los colombianos somos abstencionistas no por ser tan individualistas, tan rebuscadores, tan indiferentes a la suerte colectiva, sino por ausencia de candidatos que calen en la opinión, más allá del bla bla de la jerga política. El domingo, con opciones claras en juego, bajaron la abstención y el voto en blanco. Había variedad de opciones que le llegaron al elector aportándole una brizna de esperanza; reflexionó y votó.

Rápidamente Vargas Lleras y De la Calle sufrieron el lastre de su vinculación o identificación con la vieja lógica de las maquinarias y éstas, que debían ser sus impulsadoras, se convirtieron en sus sepultureras, independientemente de sus condiciones personales. Quedó entonces un Duque a la sombra o con la sombra de Álvaro Uribe, que no es lo mismo, pues en el primer caso sería Duque como el clon de Uribe, sin duda el principal argumento en su contra dada la animadversión y profunda desconfianza de medio país hacia el expresidente. Por su parte, Gustavo Petro con su elocuencia de tribuno popular enfrentará dos amenazas, la de su filochavismo y su muy cuestionada gestión como alcalde de Bogotá, donde su elocuencia envolvente no logró opacar sus arbitrariedades y falencias como ejecutor.

A Sergio Fajardo no le alcanzó, pero en su ascenso final estuvo a punto de ocupar el espacio del centro, una tercería entre Duque-Uribe y Petro. Solo entonces Fajardo pudo recoger un electorado disperso y acrecentado por petristas y vargaslleristas moderados, que no compartían la creciente polarización. El discurso de Fajardo y su mensaje se hicieron más concretos, su imagen se aclaró (“el profesor”) y logró conectarse mejor y mucho más masivamente. Le faltó tiempo.

Los electores fajardistas tienen que decidir en medio de la incertidumbre entre no votar, votar en blanco, si es posible, o votar bien hacia la derecha por un Duque sin novedad o mensaje, pragmático y sobrio en sus propuestas, o hacia una izquierda difusa con un Petro mesiánico arropado con promesas atractivas y su claro talante autoritario, superior al del mismo Duque. Está claro, y es una mala noticia, que la Coalición Colombia tiene sus días contados y como tal no jugará papel alguno en la campaña de la segunda vuelta.

Petro, sin duda alguna, está aglutinando una organización más caudillista y con visos mesiánicos que el mismo uribismo, con un claro perfil popular y un sentido reivindicativo de los marginados o invisibilizados, no necesariamente los más pobres, que llevará a la crisis tanto al Polo como a los verdes —una crisis de pronóstico reservado—. Una pregunta que se resolverá en los próximos meses es si el Centro Democrático y su aliado conservador avanzarán a conformar un centro derecha remozado. ¿Y en dónde quedarán las facciones liberales? Muchas preguntas sin respuesta y muchas definiciones de fondo por tomar.

 

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