La perdición de la historia

Alberto López de Mesa
05 de marzo de 2020 - 08:31 p. m.

En el centro comercial Los Ángeles, sobre la céntrica calle 19 de Bogotá, actores y directores de trayectoria adquirieron locales que adecuaron como salas de teatro, de suerte que un viernes, con todos los teatros funcionando el sitio se vuelve la galería de las artes dramáticas. Allí, el maestro, dramaturgo y director Camilo Ramírez fundó el teatro Vargas Tejada, honrando la memoria del poeta y dramaturgo republicano, autor de “Las Convulsiones”, primera comedia colombiana. Es un proyecto de autogestión, experimental tanto en lo creativo como en lo organizativo, de esos que no caben en la noción de emprendimiento de la economía naranja que impuso el presidente Iván Duque, porque no les interesa la especulación financiera de los préstamos de Bancoldex, ni los acogen las bolsas de proyectos de la Cámara de Comercio porque su modo productivo usa economías solidarias primitivas como el trueque, el mutualismo empírico, los pactos colaboracionistas. En sus, ya casi, 10 años de existencia el grupo de planta ha producido importantes obras de teatro histórico que es si se especialidad: Las Convulsiones, Caldas, Yuma entre otras cuyo valor trasciende lo meramente estético, porque la juiciosa recreación de personajes y sucesos de nuestro pasado constituyen un aporte indispensable a la verdad histórica, al que asusten, los martes en la noche, estudiantes y egresados de facultades de arte.

Tuve el honor de ser invitado a dictar una conferencia sobre la “fabula teatral” en el laboratorio de dramaturgia histórica. Debo decir que, con agrado, me esforcé por aportar lo mejor de mi saber al respecto, más como en las buenas academias, en las dos sesiones terminé aprendiendo de la “ficstoria” que es un novedoso concepto desarrollado en su laboratorio de dramaturgia, que destaca la ficción como revaloración de la verdad histórica; más emocionante me resultó reconocer el compromiso ético de esos iniciados dramaturgos por cultivar los recuerdos que nos sustentan como nación, entusiastas testigos del pasado que requerimos como acervo en el que reconoceremos el origen y seguramente el futuro del espíritu colectivo que nos define como colombianos.

En contraposición, el actual gobierno del presidente Iván Duque, más exactamente el sector más sombrío del partido Centro Democrático, se empecinó en desaparecer los testimonios de víctimas, que durante 50 años de guerra dejó el conflicto armado. Importantes y reveladores documentos que compiló y conservó el Centro Nacional de Memoria Histórica, bajo la dirección del académico y humanista Gonzalo Sánchez, quién renunció al sentirse peligrosamente presionado por políticos y funcionarios miembros del partido de gobierno, muchos de los cuales aparecían en los documentos como financiadores y/o artífices de crímenes atroces. En remplazo de Sánchez, el presidente nombró en la presidencia del CNMH a Rubén Darío Acevedo, uribista convencido, público opositor al proceso de paz con las Farc, que niega la existencia de un conflicto armado en Colombia. Lógicamente, veedores nacionales e internacionales, advierten que este señor no ofrece ninguna garantía de imparcialidad, en cambio sí avisa su decidido interés en manipular la verdad histórica a favor de sus copartidarios implicados por los testimonios. En entrevistas a los medios, pone al mismo nivel a los civiles víctimas de las masacres cometidas por el paramilitarismo que a los hacendados extorsionados o secuestrados por la guerrilla y a militares heridos o muertos en combates contra los subversivos.

Ante esto, varias organizaciones defensoras de los Derechos humanos, reaccionaron indignadas y la Organización MINGA prefirió retirar los documentos que había aportado CNMH previendo que se extraviaran por mañas de la dirección.

Para colmo del revisionismo que descaradamente se propone Darío Acevedo, acaba de entablar una alianza con la Federación Nacional de Ganaderos, Fedegán, presidida por el gamonal ultraconservador José Félix Lafaurie, quién junto con su esposa, la senadora por el Centro Democrático, María Fernanda Cabal, dirigirán la escritura de la versión del conflicto desde el lado de los hacendados, “que durante años han sido víctimas de extorsiones, secuestros, hurtos y atentados por parte de la guerrilla”. Es un descaro que los ganaderos, la mayoría con antecedentes públicos y judiciales de apoyo y hasta de liderazgo de las autodefensas funjan de historiadores, cuando todo el país sabe que, por ejemplo, Jorge Vivas Montero, anterior director de Fedegán, está condenado por paramilitarismo; que José Miguel Narváez, asesor de Félix Lafaurie, está condenado a 30 años de prisión por comprobado determinador del asesinato de comediante Jaime Garzón; que muchos ganaderos, además de comprometidos con el paramilitarismo, se lucraron de las masacres, toda vez que se apropiaron de los terrenos abandonados por los desplazados.

Confieso que se me crispan los pelos del cuerpo aterrorizado por las implicaciones que tendrá está tergiversación de la memoria en la formación de las generaciones venideras. No es de extrañar que lo que escriban los ganaderos sea la historia del conflicto que se divulgaría y enseñaría en los colegios. Es, francamente, asustador que el dominio llegue hasta imponer el pensamiento colectivo, una nueva modalidad de thriller, donde el terror lo causa la impotencia masiva en un país supeditado a los espantos dueños del poder.

Solo me abona la esperanza que pervivan creadores como los “ficstorisistas” del teatro Vargas Tejada, comprometidos con la recreación estética de la memoria, antes de que vivamos la perdición de la historia.

 

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