La perpetuación de pifias históricas

Julián López de Mesa Samudio
05 de junio de 2014 - 04:45 a. m.

El martes pasado Cristina de La Torre, en su espacio de este diario, publicó un artículo en el que señalaba al político Jorge Robledo por su llamado a votar en blanco o a no votar.

Sin ningún asomo de vergüenza, De la Torre les pidió a Robledo y demás no votantes que dejáramos los principios (o la pereza) de lado porque, al no votar, ayudaríamos al candidato que a ella no le gusta.

Esa columna ha sido otra de una larga serie de escritos en distintos medios de comunicación, en la que los opinadores de profesión, iluminados, educados, cultos, se rasgan las vestiduras por el resultado de la primera vuelta electoral. Pero en vez de percatarse de que fueron los grandes derrotados del evento pues, como anticipamos en la columna pasada, ganó la abstención —y lo volverá a hacer en segunda vuelta—, ellos han vuelto a la carga. La gran mayoría nos ha culpado a nosotros, los no votantes, de que las cosas no les hayan salido como querían, sin darse cuenta de que la “indiferencia, la pereza o la indolencia” del no votante son la consecuencia y no la causa de una profunda insatisfacción con el poder. Con el poder abusivo y arrogante, no solamente el de los políticos, sino también el de los medios.

Para De la Torre, tener una posición distinta al lugar común de los miedos es “arrogancia rudimentaria de oposición blanco-o-negro, que no contempla matices ni circunstancias ni abismos, es la menos eficaz y creativa de las que medran en la democracia”, lo cual es una forma larga y adornada de decir que, en esta coyuntura, para ella hay que ser ‘creativo’ frente a la democracia. Pero es precisamente esa tal ‘creatividad’, esa flexibilización de los principios, lo que constituye la real pifia histórica de esta democracia: ceder, enlodarse, transigir principios en aras del fin bueno, en connivencia con todas las corrupciones.

Los no votantes vemos las consecuencias de que un candidato u otro gane, y son funestas. Pero también vemos las consecuencias de flexibilizar nuestros principios para la no participación “por esta vez”. Lo hemos visto demasiadas veces, casi cada cuatro años desde que tengo memoria: democracia y política colombiana son las razones más poderosas por las que alrededor del 60% de nosotros no votamos. Ya hemos visto a otros “buenos” y a otras “causas nobles” que, de repente, se transforman en monstruos y monstruosidades.

Empero, en algo sí tiene razón De la Torre: “la realidad va por otro lado”. Sí. La realidad no es la de ella, cómodamente escribiendo sus columnas, indignándose y regañando públicamente porque puede. La realidad tampoco es la de Robledo ni la de los demás políticos. La realidad es la de millones de colombianos para quienes la manifestación exterior de su malestar es la “pereza, la desidia y la indiferencia” según el ritornelo de los opinadores. La realidad somos nosotros, el 60% que no vota a pesar de Uribe, Santos, Robledo o Cristina de la Torre… o por ellos mismos.

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