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La pijama

Armando Montenegro
08 de marzo de 2008 - 02:34 a. m.

Durante siglos los clásicos de la tragedia nos han enseñado a relacionar el sueño y la noche con el horror y la muerte. En la reciente crisis diplomática, a raíz del ataque al campamento de Raúl Reyes en territorio de Ecuador, esta idea infortunadamente se manifestó, de manera cruda y poco gloriosa, en el uso de la pijama.

El presidente Correa puso el tema. Indignado, vociferante, sustentó su denuncia de que se había tratado de una “masacre” en el hecho de que los cadáveres de los guerrilleros de las Farc se habían encontrado “empijamados” o en ropa interior. Para él, ésta era una prueba concluyente de que el ataque colombiano había sido premeditado y sorpresivo, sin que hubieran existido combates previos ni tampoco la famosa persecución en caliente, como se le informó en un comienzo (al amanecer del sábado, cuando, probablemente aún enfundado en su pijama presidencial, recibió las llamadas del presidente Uribe).

Pero Correa no paró ahí. Dijo que el hecho de que la prensa colombiana hubiera reportado que el presidente Uribe no había “pegado el ojo” en la noche del 29 de febrero y el amanecer del sábado 1º de marzo, es decir, que no hubiera usado su pijama cuando estaba ocurriendo el ataque, era la evidencia definitiva de que el bombardeo no había sido accidental, de que no había sido el resultado de enfrentamientos previos entre soldados y guerrilleros. Sugirió también que los generales colombianos, atentos al desarrollo del ataque, tampoco se habían “empijamado” la noche del viernes 29 de febrero.

Tres días después, el ex ministro y líder de la oposición venezolana, Teodoro Petkoff, volteó el argumento de Correa. Dijo, con razón, que la gente, especialmente la que se dedica a actividades armadas, sólo se “empijama” cuando está en casa, segura y tranquila. Dijo que un grupo guerrillero amenazado, en un verdadero campamento de paso, habría estado alerta, con su uniforme de combate puesto, vigilante. Concluyó que la “empijamada” colectiva de Reyes y sus guerrilleros y guerrilleras, al sur del río Putumayo, era la mayor prueba de que el segundo hombre de las Farc se sentía protegido, abrigado en el santuario que le había proporcionado desde hace mucho tiempo el gobierno ecuatoriano.

Y las fotos y demás materiales encontrados en los computadores de Reyes demostraron que, en realidad, los jefes guerrilleros podían dormir tranquilos en sus madrigueras de Ecuador y Venezuela. La celebración de la Navidad en el campamento de Reyes, por ejemplo, indica que la fiesta, animada con whisky, fue alegre y prolongada. Reyes y sus muchachas, si acaso, se pusieron la pijama sólo después del amanecer, bajo el tibio abrigo de la selva ecuatoriana.

Y el tema del sueño no quedó atrás. Cuando, en medio de sus maratónicas jornadas, diurnas y nocturnas, y de la tensión de la crisis, el presidente Uribe, en forma improvisada, propuso que se denunciara a Chávez por “genocidio” ante la Corte Penal Internacional, numerosos observadores pensaron que el primer mandatario podría necesitar un descanso reparador. Aunque después de la oportuna intervención de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores se pensó que la desatinada propuesta ya dormía el sueño de los justos, ésta revivió con fuerza al final de la semana, no ya en la forma de una acusación de genocidio, sino de apoyo al terrorismo.

Pero más allá del manejo de la crisis, una de las conclusiones de este episodio es que con la tecnología de precisión que está utilizando el ejército colombiano será difícil que los comandantes de las Farc puedan volver a vestir tranquilos sus pijamas, sobre todo cuando la combinan con el uso de sus teléfonos. Si lo hacen, su sueño puede seguir siendo, como lo ha sido con frecuencia a lo largo de los siglos, el preámbulo seguro de la muerte.

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