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¿La pobreza en la cabeza?

María Elvira Bonilla
04 de agosto de 2008 - 02:45 a. m.

EN UNA DE LAS TANTAS TENIDAS organizadas para atender (¿o complacer?) cachacos influyentes, un prohombre cartagenero, de esos que hacen negocios con un vaso de whisky en la mano mientras miran el Caribe desde la terraza de algún edificio de Castillo Grande, sentenció con la suficiencia de quien controla todo: “Definitivamente la pobreza está en la cabeza”.

Se refería a los 500.000 pobres, mendicantes y miserables que no se quejan, ni se expresan, ni dicen nada, pero que están ahí, malviviendo y que ojalá permanezcan lo más lejos posible de Boca Grande, de Manga y sobre todo de la ciudad amurallada, la joya colonial.

Las murallas levantadas para defender a la ciudad española del ataque de los piratas ingleses sirven hoy de muro de contención de la miseria que se arruma en los extramuros. Murallas que protegen de esa miseria circundante, afrentosa y creciente a la tacita de plata, cada vez más bella y majestuosa, producto de exportación que atrae cruceros y turistas, con monumentos restaurados y casas renovadas. En un país atravesado por la desigualdad, Cartagena es hoy la capital indiscutida de los contrastes sociales y económicos.

Conviven en ella el metro cuadrado de construcción más costoso del país con un infierno de familias hacinadas a las orillas de caños vueltos cloacas, en chozas apuntaladas con desechos de construcción, techadas con plástico y cartón, paradas en medio de aguas residuales empozadas aptas para zancudos y epidemias. Así es el asentamiento que se destapó con la construcción de la vía Perimetral, en la Ciénaga de la Virgen, o el de los enormes tugurios del Pozón o de Nelson Mandela.

A minutos de los hoteles, boutiques con tarifas para élite del primer mundo, están estos conglomerados inhumanos, sin servicios públicos donde los niños ganan centavos por cargar excrementos en costales y enterrarlos, cuando no es que terminan atrapados por las redes subterráneas de la prostitución infantil que crece con el turismo como espuma. La adulta está a la vista con atractivas ofertas de combos de “dos por el precio de una”, expresión de una descomposición social, esa sí, aparentemente incontenible.

Una pobreza que muchos quisieran invisibilizar, para no espantar a los turistas ni a los inversionistas, pero sobre todo para confirmar la tesis de esa élite cartagenera, renuente a modernizarse como sociedad, que insiste en convencerse de que los pobres son pobres porque nacieron así y están acostumbrados.

Porque la pobreza está en la cabeza. Un argumento útil para disfrutar tranquilos sus privilegios, en complicidad con esa clase política que lleva décadas alimentándose de la corrupción y produce engendros como el Partido Único del Concejo (PUC) que ha obstaculizando cualquier avance social, sosteniendo personajes como el tres veces alcalde Nicolás Curi, hoy detenido igual que su yerno el senador William Montes. Una clase política que se restea para impedir de cualquier manera que peleche la esperanza de cambio que han sembrado muchos cartageneros, entre ellos los del otro lado de la muralla, en la alcaldesa Judith Pinedo la Mariamulata. Políticos despreciables que prefieren que Cartagena siga en la olla, antes que perder un milímetro de su poder insaciable y voraz .

 

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