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La política de la ambigüedad

Mario Morales
02 de marzo de 2009 - 03:00 a. m.

SE LE NOTA EL DESESPERO. AL PRESIdente Uribe se le acabó el tiempo. En menos de un mes debe mover las fichas que le permitan gobernabilidad en los 17 meses que le quedan y sentar las bases que le den continuidad a su “legado”. Pero no tiene cómo y, lo que es peor,  tampoco con quién.

A su política de la ambigüedad, del discurso doble y transitorio (o en perspectiva como lo llamaría Foucault), se le acaba el margen de maniobra. Presionado por quienes se le arrimaron por conveniencia, le llegó la hora de tomar decisiones. Ya sabe que Juan Manuel Santos tiene de uribista lo que Lucho de gavirista; y que, en versión del MinDefensa, la Seguridad Democrática nació el día en que él se posesionó en esa cartera.

De los políticos que estaban con él, una parte está buscando cómo defenderse de las investigaciones que hay y de las que vienen (como Adriana y Nancy Patricia Gutiérrez),  otra parte va tras sus propios intereses políticos, y los que quedan están contando los días para entregar sus cargos y dedicarse a hacer penitencia.

Por eso, encomendarle el debate político al saliente Comisionado de Paz y la sucesión al ex ministro Arias no habla de osadía sino de física sustracción de materia. Por eso se entiende que le haya dejado  el “debate” a quien no cree en el diálogo, enterró la Consejería de Paz y  deja tras su gestión ese monstruo que él mismo define como una “combinación de las viejas mañas del paramilitarismo y de la guerrilla con el negocio del narcotráfico”. Peor, imposible.

Y es que una cosa es la lealtad y otra la probidad. Pero Luis Carlos Restrepo está en la onda por su carácter ambiguo, manifiesto no sólo en sus tres cartas de renuncia o en sus veleidades frente a la despenalización de la droga, sino por su discurso doble y volátil de estar por el diálogo, que no ve viable, delatado con ese tonito intolerante y autoritario.

Su nueva misión, para no hablar de la falta de carisma, es aún más extraña: trabajar en la concreción y cohesión de un nuevo partido, figura en la que no creen ni él ni el presidente.

Y él acepta gustoso, convencido como está de su papel de fusible en esa última  jugada desesperada, doble y ambigua que busca que ante ese escenario desolador no quede más remedio que la segunda reelección.

www.mariomorales.info

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