La política es hija del hacha

Humberto de la Calle
28 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

La política nace cuando algún homínido —Cromañón, por ejemplo— se sube a los hombros de otro y anuncia que viene una hecatombe. Instalarse en los hombros tiene un nombre. Se llama poder. Pero ahí no para la cosa. El segundo paso es coger una lasca de piedra, engastarla en una estaca y crear el hacha. El mensaje es: llegó la hora de atacar/defenderse. Y el tercer paso es crear una tierra prometida. Un sueño. Una utopía. En el primer paso, el peligro puede ser real o ficticio. El tercero exige que la tierra prometida tenga largo alcance, no importa si se puede realizar o no. Y el segundo, el hacha, se ha movido por la ballesta, el fusil, el misil, la lengua, las fake news, la jurisdicción, la calumnia. No importa.

Una política, pues, es una mezcla de un enemigo, una ilusión, y un comandante que esgrima un arma que hace creíble que él es el hombre para lograr ambas cosas.

Un caso académico de éxito, en esta tierra, fue el gobierno de César Gaviria: Pablo Escobar, Constituyente para un nuevo país y arrojo.

A estas horas, los asesores de comunicaciones de Iván Duque (no de prensa, que es otra cosa) deben —o deberían— estar pensando en eso.

Hay un menú de enemigos. Pero la cosa no está bien perfilada. Las Farc no son ya una amenaza para nadie. Lo de la entrega del país a ese grupo ya no da ni siquiera para sombra chinesca. Fue un aluvión pasajero de campaña, efectivo, pero más falso que una moneda de cuero.

La lucha contra la droga es popular. Muchas madres se sienten agobiadas por los jíbaros que merodean en las escuelas. Pero no cuaja.

Las bacrim aterran. Es cierto.

La corrupción moviliza.

Pero ese menú ostenta deficiencias. Las opciones no tienen la capacidad unificadora de Escobar. De las Farc, ya lo dije. No es creíble y, además, los ataques a ellos se confunden con ataques a la paz incipiente. Y eso no logra aglutinar una masa crítica suficiente. Los jíbaros, al agruparlos con los consumidores esporádicos, tampoco permiten una campaña a fondo para buscar apoyos unificadores. Incluso, esa pelea genera resistencias. Muchas voces hablan de dejar a un lado la lucha perdida contra las drogas y buscar otros aleros. Y lo internacional no le ayuda a Duque: ¿por qué Canadá sí y nosotros no?

La lucha contra la corrupción posee gran impacto. Pero como tiene carácter metastásico, al primer tumor que aparezca en la Administración, se devuelve como bumerán. Además, también es utilizada por la oposición. De esta manera, aunque derrotar la corrupción tiene talante universal, es compartida por todos y pierde brío como para montar un gobierno sobre ella.

Y en cuanto a la utopía, entre el emprendimiento, la economía naranja, la educación o la eficiencia puede haber un buen collage, pero no sé qué tanto tiro logre como para gobernar cuatro años. O cinco. Hay que trabajar más en la epopeya.

Si no se logra, al final del mandato, el gran sueño se convertirá en pesadilla. Las urgencias del 2022 (2023) harán que renazca la dinámica del 2018. Entre el Centro Democrático y la Colombia Humana se repetirá el síndrome de este año: dos fuerzas que se repelen pero se necesitan.

¿Y esa masa perpleja que “ni es de aquí ni es de allá” continuará siendo apenas un magma sin organización ni posibilidad real?

 

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