“Entre las varias observaciones que puedo hacer respecto a quienes protestan… destaco éstas: Quienes protestan son un conjunto muy diverso; cada uno de nosotros guarda algo en lo más profundo de sí mismo que lo lleva, en determinadas circunstancias, a unirse a un movimiento de protesta.
La satisfacción central de la protesta radica en que es la oportunidad para articular, elaborar, alterar o afirmar, las propias sensibilidades, principios y lealtades morales.
Los movimientos de protesta reportan importantes beneficios a las sociedades modernas en cuanto desarrollan y diseminan nuevas perspectivas, especial pero no exclusivamente, visiones morales”.
Hace tales observaciones el sociólogo norteamericano James M. Jasper, de la Universidad de Nueva York, en su obra The Art of Moral Protest – Culture, Biography, and Creativity in Social Movements- 1997.
Las traigo a colación en esta columna porque el valor e incidencia de acciones colectivas de protesta como la de mañana en Colombia no depende únicamente del número y vistosidad de la presencia en calles, plazas y otros lugares públicos, sino de lo que revelan acerca de sensibilidades, lógicas, valores, preferencias que se agitan en el ánimo de quienes protestan y de muchas otras personas que no se atreven a salir de sus casas. La protesta visible es solo la punta del iceberg.
En la prensa del domingo 25 de abril las organizaciones convocantes de la protesta, sindicales y muchas otras, explicitan su visión: “La peor pandemia de los últimos años ha develado los estragos del modelo neoliberal, mostrando su incapacidad para superar una situación como ésta y agravando en todos los órdenes la ya insoportable desigualdad planetaria”.
La jornada de protesta la convoca el Comité Nacional de Paro alrededor de un pliego de emergencia de siete (7) puntos: Salud, Renta básica, Producción nacional, Educación, Mujer y diversidades sexuales, Trabajo y un asunto final sobre los recursos con que el Estado puede atender las peticiones de los colombianos.
Esta protesta social no es un hecho aislado, constituye otro episodio de una saga de iniciativas de movilización que tuvieron sus propios picos en noviembre 21 de 2019 y en septiembre 9 y 10 de 2020 y que, en el intermedio y meses siguientes, se expresó en mingas itinerantes, marchas en grandes ciudades y paros en zonas apartadas con densa presencia de comunidades raizales, afrodescendientes, indígenas o campesinas.
Muchos SOS sobre déficits sociales se han producido, todos desoídos. Las olas de protesta social se vienen sucediendo una tras otra en las últimas dos décadas, con frecuencia cada vez mayor, y mostrando una fuerza incisiva creciente en sus críticas y propuestas (Edwin Cruz, Desde abajo, enero 2021).
En el campo de las sensibilidades, principios y lealtades morales, sin duda, hay dos órdenes de valores contrapuestos: el orden tradicional de privilegios y exclusión que prioriza la ganancia y acumulación del capital nacional y multinacional, especialmente financiero, sobre los derechos de la gente y de la naturaleza, por una parte y, por otra, la exigencia de grandes capas de población, en ciudades, campos y territorios étnicos, que defienden condiciones de vida y de trabajo dignas, que se guían por derechos explícitamente reconocidos en normas y planes nacionales y en pactos y programas internacionales (ODS, agenda 2030 de la ONU).
La pandemia ha acentuado el contraste y el choque entre estos dos órdenes de valores. En el fondo, como reiteradamente se ha observado, choca una lógica de muerte, conducente a relaciones depredadoras, con una lógica de vida, conducente a relaciones humanas estéticas. Frente a la crisis civilizatoria se erige la construcción de un ethos social para la conservación del planeta y de la especie humana a través de asegurar el vivir, buen vivir y convivir. Un nuevo paradigma está en gestación.
La de mañana, cualquiera sea su tamaño, será una expresión de profunda inconformidad con el estado de cosas existente, en un momento en que las élites en el poder se aprestan a cometer otro desafuero contra la mayoría de la población con una reforma tributaria esquilmadora, camuflada de solidaridad social.
Al tiempo imponen el glifosato para erradicar cultivos de coca con total desamparo de los cultivadores campesinos, permanecen indolentes ante el exterminio continuado de líderes sociales y guerrilleros desmovilizados, niegan con subterfugios el cabal cumplimiento del acuerdo de paz, compran costosos aviones de combate innecesarios y gastan ingentes sumas en publicidad para tapar los estragos del mal gobierno (televisión sin previsión). Indignante. Protesta moral más que justificada.
Muy cierta la aseveración del sociólogo Jasper: “cada uno de nosotros guarda algo en lo más profundo de sí mismo que lo lleva, en determinadas circunstancias, a unirse a un movimiento de protesta”.