La protesta en Chile

Eduardo Sarmiento
03 de noviembre de 2019 - 02:00 a. m.

Chile fue la cuna del liberalismo en América Latina. Durante la administración Pinochet, los Chicago Boys adoptaron profundas reformas económicas para dejar libre el mercado. Sin mayor base científica, las reformas se extendieron al sector financiero, el comercio internacional, la privatización de las de las empresas públicas y los servicios sociales. Desde un principio era evidente que el modelo generaba serios sesgos en contra de la balanza de pagos, el empleo y el marco fiscal.

Debido al mal funcionamiento de la economía durante las administraciones anteriores y el fortalecimiento de los nichos de exportaciones de frutas y hortalizas, la economía chilena se reactivó y alcanzó altas tasas de crecimiento durante varios años. Al mismo tiempo, se advirtió que los beneficios recaían en los grupos de mayores ingresos y las diferencias de ingresos se ampliaban. El efecto sobre los sectores menos favorecidos se alivió y ocultó por el goteo que de alguna manera llega a todos los sectores. El elevado crecimiento aliviaba el retroceso de la equidad.

El contexto cambió en los últimos cinco años por el fracaso de la globalización en América Latina y por la ineficacia de la política monetaria de bajas tasas de interés para contrarrestar sus efectos sobre la demanda. Lo que los países ganan con la adquisición de bienes en el exterior a menores precios, lo pierden por el debilitamiento por la estructura productiva rudimentaria. Las economías quedan expuestas a déficits en cuenta corriente que desplazan el empleo e inducen excesos de ahorro que colocan el crecimiento por debajo del potencial. La exclusión se incrementa y la política fiscal es inefectiva para contrarrestarla. La tributación está fundamentada en los impuestos indirectos y el gasto se queda en una alta proporción en los intermediarios y los grupos de mayores ingresos. El coeficiente de Gini es igual antes y después de impuestos.

El problema de siempre del modelo neoliberal ha sido la resistencia de sus autores y promotores, que se han mantenido en el poder en los organismos internacionales y los gobiernos, para reconocer la realidad. Sus esfuerzos se orientan a atribuir los efectos nocivos del modelo a factores externos intangibles, como la confianza inversionista, la rigidez de los salarios y la baja tributación de la clase media. La prioridad es mantener el dogma contra viento y marea.

El falso diagnóstico en el desespero induce a buscar el crecimiento con medidas que agravan la inequidad, como el aumento de la tributación indirecta y el alza a las tarifas de transporte que precipitó las protestas. Se entra en un proceso de creciente deterioro del bienestar de los sectores menos favorecidos, el cual termina en tragedia.

La situación de Chile es similar a la del resto de economías de la región que se han visto abocadas a modelos de crecimiento que amplían las desigualdades y carecen de políticas fiscales para contrarrestarlas. Los beneficios recaen en los sectores de mayores ingresos y las diferencias de ingresos y oportunidades se amplían.

La solución de fondo es un nuevo modelo en que el crecimiento y la distribución del ingreso evolucionen en la misma dirección. Para empezar, se plantean drásticas reformas en el comercio internacional, el banco central y la política laboral. Adicionalmente, se requiere un marco fiscal de tributación altamente progresiva y de focalización del gasto que aumenten en forma apreciable el coeficiente de Gini antes y después de impuestos y les garantice a los sectores menos favorecidos una participación en los recursos públicos igual al de la población.

 

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