La protesta: victoria de la democracia

Isabel Segovia
30 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

El mundo protesta. Los chalecos amarillos de Francia, los estudiantes secundados por ciudadanos de Hong Kong, los separatistas de Cataluña, las comunidades indígenas acompañadas por otros ecuatorianos, y la juventud y “los que sobran” en Chile. La gente se manifiesta, los jóvenes protestan, la sociedad se muestra inconforme. Aunque muchos de los grandes cambios políticos y económicos del mundo se han logrado luego de importantes revoluciones, lo cierto es que no es frecuente que se manifiesten los habitantes de los países de occidente que garantizan las necesidades básicas a sus ciudadanos y se encuentran en paz.

Podemos estar de acuerdo o no con sus causas, pero que los ciudadanos se estén movilizando es extraordinario. Se equivocan quienes rechazan las protestas, pues no existe mejor evidencia de contar con una verdadera democracia que el poder expresarse sin temor. Lo de Chile es inspirador: los inconformes salen a las calles y para quienes nacimos en un continente dominado por las dictaduras militares, siendo la chilena una de las más represivas y largas, es increíble observar cómo, ante un ejército enviado a contenerlos, los manifestantes no solo perseveran, sino que cada vez son más.

Algunos asustados afirman que ojalá no nos pase lo de ellos, que es un horror lo que sucede en el país modelo del continente. Sin embargo, nos están dando un gran ejemplo. Chile es una nación capitalista cuyo modelo económico lo estableció la primera generación de economistas neoliberales apoyados por una dictadura que eliminó toda oposición. Es un país que evolucionó hasta consolidar una de las democracias más sólidas del continente, con gobiernos de centroderecha y de centroizquierda, uno de ellos liderado por Michelle Bachelet, hija de un opositor al régimen de Pinochet asesinado durante la dictadura. Gobiernos que disminuyeron significativamente los índices de pobreza y lograron los mejores indicadores económicos y sociales de Latinoamérica. Y, aun así, los chilenos no se conforman y salen a protestar.

Lo que sucede es que la ciudadanía está empoderada, segura, con niveles educativos que le permiten entender que tiene derecho a una mejor calidad de vida, que debe exigirle a sus gobernantes más oportunidades para todos, que se necesita una sociedad más incluyente, menos desigual. Nada más democrático que ese actuar. El ejército, acusado durante la dictadura de orquestar el asesinato sistemático de los opositores, sale a contener la protesta y nadie se asusta. No es por nada, pero la democracia triunfó.

Mientras tanto, en Colombia, que exhibe el mayor índice de desigualdad en Suramérica y uno de los peores en el mundo, se estigmatiza la protesta y a sus seguidores. Nos vanagloriamos de ser la democracia más larga del continente, pero muchos de quienes protestan contra el establecimiento han perdido la vida. Los demás, apáticos o asustados, no somos capaces de movilizarnos contra la corrupción, ni a favor de la paz, y mucho menos lo haremos por las necesidades de “los que sobran”. Nuestra dictadura ha sido la del miedo. Los países que se están manifestando nos dan una gran lección y le envían un mensaje contundente al capitalismo: ya no es suficiente proveer las necesidades básicas de la gente, también debe empezar a tratarse a los ciudadanos dignamente. Ya quisiéramos que nos pasara lo de Chile.

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