La realidad oculta de nuestros mayores

Columna del lector
25 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Por Desirée Siles López

Más de dos millones de mayores de 65 años viven solos en España, y constituyen casi la mitad de los 4,7 millones de hogares unipersonales, según el análisis proporcionado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2018. Este dato para muchos podrá ser chocante, mientras para otros puede pasar desapercibido y sin importancia. Porque sí, la soledad no tiene por qué ser mala, pero ¿qué pasa si no es una soledad elegida por la persona?

En nuestra sociedad teníamos como obligación asumida que cuando nuestros padres fuesen mayores deberíamos cuidarlos y estar con ellos, pero en la actualidad se ha despertado con mayor fervor el deseo de tener una vida independiente por parte de los hijos.

El abandono de algunos mayores se hace cada vez más visible, y pese a los servicios de teleasistencia que cada persona de tercera edad tiene a su disponibilidad para cualquier emergencia, no se cubre la necesidad que muchos mayores tienen oculta. No me refiero al apoyo y la ayuda que les proporciona un personal capacitado, sino a la ausencia de calor por parte de los familiares, lo cual es cada vez más frecuente y conlleva unos daños para el mayor que no son tan perceptibles: los emocionales. Su autoestima, su visión en la sociedad como individuo, el miedo a envejecer, a ser olvidado, a ser vejado…

En la vejez, la soledad se acentúa, y es un punto de inflexión para muchos de nuestros mayores.

Imaginen: se pasan una vida trabajando, luchando por llegar a fin de mes, tomando responsabilidades y decisiones cada día para asegurar su futuro, pero a muchos se les olvida lo más importante: ¿qué les quedará aparte del sustento económico?

Somos sociales por naturaleza. Desde que nacemos necesitamos a alguien y durante nuestro desarrollo es imprescindible la ayuda y presencia de los padres. ¿Qué nos hace pensar que para la tercera edad es diferente? La etapa última de la vida, aparte de poder ser la más reflexiva, también puede ser una de las más frágiles. En la tercera edad hay un fuerte deterioro físico muy notable en nuestros mayores, que afecta
directamente su estado anímico.

Lamentablemente, la vida es intensa y a la vez fugaz, y en un suspiro esas personas que nos cuidaron pueden desaparecer. Con esto no quiero decir que hay que dedicarse en cuerpo y alma al cuidado de los mayores, pero sí que una simple llamada, ir a verlos, mostrarles el cariño y lo afortunados que se sienten de tenerlos consigo marca una gran diferencia.

Quiero invitaros humildemente a reflexionar, a que recordéis quién era la primera persona a la buscabais cuando os pasaba algo en vuestra niñez.

Y para esas personas que gozan de la compañía de sus mayores: no sabéis lo afortunadas que sois.

Aprovechad todo el tiempo que podáis, porque ese tiempo será valioso en su esencia, tanto para su memoria, como para la vuestra.

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